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La felicidad es blanca, el blanco es pureza y la pureza perfección. Sin embargo, ¿en qué punto se le denomina pureza, y en cuál debilidad? Es sabido que lo bueno no dura, que es perecible, que se corrompe con dolorosa facilidad, lo cual nos deja un gusto a nada en la boca, a vacío.
¿Acaso no está en nuestras manos el poder cambiar, el poder alcanzar una plenitud, una felicidad duradera? Por supuesto que no, esa es la respuesta que la sociedad nos arroja implícitamente hoy en día, disfrazada con todas esas propagandas y frases bonitas y llenas de ilusiones que nos incitan a esperar más y más de un mundo que le da la espalda a los cientos, no, miles de ojos expectantes. Pero sólo es una máscara. El mundo nos ha obligado a aprender de una felicidad idílica, fantasiosa, totalmente distante de la felicidad auténtica. Nos muestra imágenes encantadoras que nos dejan insatisfechos con nuestra propia realidad, a la cual hemos llegado a despreciar hasta tal punto que realmente se terminó tornando agria. Es así como se están forjando las generaciones venideras, no sería de extrañar que en el futuro el mundo estuviera habitado por frustrados insatisfechos que jamás han conocido el gusto de vivir.
La felicidad (o pureza, para los que la comprenden) es asequible para todos, de hecho, ya existe en cada uno, en cada personaje de esta gran farsa que es la vida. Se encuentra en nuestro corazón, nuestra mente, nuestras manos, pies, dedos, uñas, intestinos… en todo nuestro ser. Nosotros forjamos nuestro destino, nosotros creamos la felicidad.
Si bien está al alcance de todos, no es relativamente fácil impregnarse de ella, no porque siempre haya sido así, sino porque los tiempos actuales nos lo han puesto complicado. Primero hay que comprender que somos capaces de poseerla, de saberla nuestra por derecho, pero luego hay que reconocerla, de separarla del placer, o por el contrario, nos hallaremos en el riesgo de caer en la vulgaridad, en una sinfín búsqueda de experiencias placenteras en cierta medida, pero pasajeras de igual forma. Entendido lo anterior, simplemente ya se ES feliz.
Los pasos explicados anteriormente, refieren sin duda a la felicidad, pero frágil como una burbuja. Si alguien simplemente aspira a esa clase de felicidad, con el tiempo pierde su estatus para pronto convertirse simplemente en alegrías (el plural es estrictamente necesario cuando lo que queremos es definir al conjunto de momentos felices). Dichas alegrías son sinónimos de debilidad, de la falta de valentía para sonreír y reconocer la felicidad en los momentos más grises de nuestra existencia -porque sí, está- y es a esta clase de felicidad a la que todos deberíamos aspirar.
Algunos -y no pocos- pueden declarar con toda razón que NO son felices (aunque la mayoría viva de alegrías), y esto es el mero resultado de las acciones de entidades poderosas que aún no reconocen su propia felicidad. Hablemos con ejemplos: el pobre que cada día ve más y más hueco su bolsillo, que alza los ojos y solo ve frente a sí al hijo enfermo que requiere de una costosa operación que él no puede pagar, que voltea y siente la triste mirada de una esposa que merecía una vida mejor, cuyo regazo siempre ha sido un templo sagrado de refugio, que guarda los reproches con amoroso silencio; no, él no es feliz, ¿y por qué? Porque no falta el hombre en algún punto de la orbe que se ha hecho con su fortuna ambicionando cada vez más, pues nada le sacia, y no entiende que no hay salida en buscar la felicidad en efímeros placeres. No sabe buscar y decide comprarse un automóvil de última generación, que pronto desechará al no haberle proporcionado lo que en realidad deseaba. Este mismo hombre quizá hubiera encontrado mayor satisfacción ayudando quizás al pobre, en lugar de gastar en el auto, al menos así saldría de los nimios placeres, y quizá sólo quizá, algún día se daría cuenta de que la felicidad no se busca, ya se tiene.
La felicidad es hermosa cuando se vive, y con esto no planeo decir que yo ya formo parte de ella, por el contrario, considero que aún me falta mucho por conocer(me) para lograrlo, es por eso que he decidido escribir esta reflexión, intentando así salir de la “etapa de alegrías” y consolidar una confianza inquebrantable, para siempre tener alzado el corazón con completa certeza de que el sol resplandece incluso en un día nublado.