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Estrellita dónde estás,
Quiero verte titilar.
En el cielo sobre el mar,
Un diamante de verdad.
...Estrellita dónde estás
Quiero verte titilar.

De verdad que el cielo nocturno es hermoso... Es hermoso. Era triste. La Luna reía. Las Nubes lloraban. Las Estrellas brillaban. Las Estrellas brillan.
El cielo nocturno es hermoso.
Era una noche oscura, una noche cualquiera, las estrellas brillaban y las nubes estaban escondidas en su hogar. La Luna aparecía a debutar... a la Luna le gusta llamar la atención. Como todas las veces que protagoniza el escenario, ella recorría iluminando la noche con su esplendor plateado y brillante.
-Mis hijas, hijas... adoradas hijas- decía mientras se paseaba alrededor de las pequeñas estrellas azules-. Tan obedientes, mis hijas, hijas... adoradas hijas; que saben que no deben brillar más que yo. Oh canten... Oh canten, quiero oírlas cantar
Y así los puntos azulados alzaron la voz en una acompasada melodía, llenando cada recoveco con un sonido triste y profundo que emergía desde el fondo de sus corazones.
Miles de estrellas eran, de diferentes tamaños sintiendo en unísono una única canción. Tan hermoso era... tan exquisita música para el alma, que pronto las nubes comenzaron a salir de sus hogares para formar un círculo a su alrededor.
¡Conmovedora melodía! Gemidos se alzaron, las nubes lloraron tocadas por aquel sentimiento doloroso, cuyas lágrimas llegaron a caer en forma de sangre inocente derramada. Y las estrellas cantaron más y más alto... su canción no llegaba a pronunciar palabras, pero el ritmo demandaba libertad.
Luna, ¡Oh dama quisquillosa y traicionera! Caminó observando con sus ojos de serpiente, con sus andares de diosa... pero las vocecillas no retrocedían.

Érase una vez antaño, érase una vez una época,
en donde el Sol brillaba más que la Luna.
Sol, sol, sol;
Luna, luna, luna,
que con sus afilados dedos el candor apagó.
Hermanas no lloren, hermanos no lloren,
el esplendor despierta.
Hermanas no lloren,
nuestras voces alzadas las llamas alcanzan.
Despierten al durmiente,
Dama traicionera, dama traicionera...
que con tus afilados dedos tiñes de rojo tu alma.

-Hijas, hijas, hijas; basta, basta, basta...
Pero el valor estaba presente y las pequeñas estrellas no sentían temor.
La dama de vestido plateado y dedos afilados se estremeció con su sonrisa perturbante. Una vez más habló, una vez más amenazó, pero las estrellas no oían.
Entonces fue cuando la dama pisoteó con dureza el suelo, sin abandonar la sonrisa su boca. Aquellas prominentes dagas adornando sus dedos clamaban acariciar el delicado fulgor azul de sus vidas. Gota, gota, gota. Primero fue una, y la mitad de las estrellas callaron; luego fue la otra, y el silencio se cernió sobre todos. Gota, gota, gota.
¡Oh, pobres estrellas! Desgraciadas almas que muy cerca estaban. Pronto la luz de aquellas dos abandonó la vida en un grito doloroso. La dama sonrió y sus dedos dejaron de estrujar aquellos corazones ahora inertes, mientras que las dagas fulgurantes goteaban vida extinta, aquella que tiñe de rojo el alma de quien la toma.
-Hijas, hijas... Adoradas hijas, apenada me encuentro de que ustedes lloren. ¡Me parte el corazón! Pero así de grande es mi amor que procuro hacerlas entender, aunque yo misma me lastime de tristeza al causarles dolor. Oh, hijas, hijas, adoradas hijas, ¿ven ahora cuán grande mi bondad es? ¿Cuán majestuoso mi amor por ustedes?
Y esa perturbante sonrisa era la que jamás abandonaría las pesadillas de los pequeños puntos azulados. Las algodonosas nubecillas decidieron marcharse a sus hogares, único lugar seguro de los caprichos de la hermosa tirana plateada.
El tiempo se escurría por cada rincón, se desperdiciaba… escapaba; y nadie hacía algo al respecto. Noche, noche eterna era la que reinaba, única realidad que la bella Luna ofrecía en su fulgor metálico, pero no era suficiente ya, la ausencia del padre, del astro, comenzaba a hacerse latente. ¿Dónde buscar? Padre, abre los ojos… ¡Oh, Padre! Oye el dolor, los gritos, las súplicas que habitan de manera muda el corazón de las estrellas… Padre, abre los ojos. Despierta. Lucha. Así seguía escurriéndose el tiempo, y cada vez eran menos las estrellas, una a una cayendo abatida bajo los caprichos de la Madre, una a una agotando su brillo en un pozo sin fondo, insaciable. Pero todo es un círculo, una red, una razón y una explicación. Así hubo un día oscuro como el anterior, en que un pequeño y casi extinto fulgor azulado decidió liberarse de las cadenas de la dama y recorrer la inmensidad en busca de la salvación que traería la paz entre sus hermanas.
La estrella sobrevoló la oscuridad durante demasiado tiempo, sin dar con el paradero de su objetivo. Aunque su ideal claro estaba, no dejarse engullir por la desolación constituía una tarea casi titánica. ¡Pobre pequeña! Escapa de las garras del dolor y de la histeria, despeja tu mente y nunca olvides la promesa del futuro que te aguarda. ¡Vuela, vuela, estrella fugaz! Que de esa manera recorres los rincones del manto oscuro… Sufres el hambre, la sed de una búsqueda cruel que no te ha dado ni una pizca de dulzura, pero no te rindas, no desistas.
El tiempo pasa, estrella, tu tiempo se agota, pequeña; ya no ves lo que antes veías… la realidad se te confunde en tu mente nublada… dulce locura, dulce inconsciencia que casi te arrastra al sueño eterno. Y la niebla azulada embota su cabeza, su vida, su fulgor se extingue, ¿qué sucede? La demencia la devora, llenando su pensamiento de extrañas ideas… la negrura la exaspera, ¿de qué le sirven los ojos, si entre tenerlos y no tenerlos no existe diferencia alguna? No, estrellita, no rías sin alegría… que aquel gorjeo solo es el eco de tu locura, pequeña. Ruedas, ruedas, ya no buscas, has perdido el objetivo… levanta sus manos y toca su cara, la siente… cada hendidura, cada relieve, es consciente de cada detalle y llega a lo inútil… la histeria le da una fuerza que no posee, y así, de un golpe sus dedos se hicieron garras, y sus garras arrancaron ferozmente sus globos oculares, dejando sólo vacío y un río escarlata fluyendo en su camino, marcando la trayectoria en lo que los humanos verían como una hermosa estela de colores… la cola de un cometa, una estrella fugaz.
Y desde aquí te hablo, pequeña; soy tu locura, tu condena, el precio de la libertad. Escucha mi voz, déjame seducirte, engullirte, amarte completamente… no te resistas. Bien has hecho al deshacerte de lo inútil, ahora permíteme recuperarte de la oscuridad, deja que yo sea la que rellene cada punto ciego con la luz, mi propio ser; y es ahora cuando realmente eres capaz de observar el mundo, amiga mía. Salvada estás de la eterna noche lunar, y soy yo, la voz que jamás abandona, la que cumplirá todos tus deseos bajo el precio de un ínfimo costo que ya ha quedado saldado: tus ojos, querida, tus ojos.
La estrella observa, dirige su mirada vacía a un punto, enfoca y ahí es cuando se hace la luz y el astro aparece. El Padre es encontrado por la hija. ¿Y ahora qué?  La pequeña lucecita rodea a su progenitor, una enorme bestia que emite sonoros ronquidos. Y de repente, ¡puf! La estrella se extingue, el Padre abre los ojos.
Años, milenios… quién sabe cuánto tiempo pasó desde que el gran astro fue envenenado por el sueño eterno. El caso es que al despertar, la gran bestia… la mente del Sol ya no es la misma; obnubilada, con una única cosa latiendo con fuerza: venganza.
Así la cabeza de una pobre hija se hizo una cárcel demasiado angosta para tamaña criatura, y de un fuerte estirón el cuerpecito estalló dejando libre al encarcelado. Locura, otra dama codiciosa y codiciada por los que entienden, busca ahora infiltrarse en el pensamiento del vengador. Pero es tarde, la ira y la muerte no dejan espacio para un tercer residente.
− ¡Ay, amores! Dancen, dancen para mí.
            Vaporoso vestido de plata que se mueve al compás de una melodía sin ritmo. Cadáveres de estrellas cubren el suelo, como una alfombra color azul y escarlata. La hermosa dama, cuyas garras pasaron de plata a jaspe, sintoniza con su voz argentina un aullido de sorpresa cuando frente a ella se materializa la bestial criatura que pronto la amenaza con horribles dientes afilados y un fuego que recubre cada centímetro de su cuerpo.
            Querida, no trates de explicar lo que no tiene escusa ni perdón… No huyas de un castigo merecido del que jamás podrás escapar. El astro abre sus fauces y con todas sus energías manda un soplido tan fuerte que rompe las cadenas que apresaban a sus hijas para luego acercarse a la madre emitiendo gruñidos de advertencia.
            Mucho tiempo has reinado, reina sin corona… madre sin corazón… y es ahora cuando los dientes justicieros se cierran sobre tu pecho vacío, y arrancan de un solo mordisco el alma teñida de muerte y todas las vidas que robaste huyen disparadas hacia todas direcciones. En la Tierra un hermoso espectáculo de fuegos artificiales comienza.
            ¿Ira, te has ido? ¿Muerte, has cometido tu dulce pecado? Locura, es tu oportunidad. Explota en la mente de un hombre quebrado, termina derrumbándolo como sólo tú sabes. Astro, has destruido a la que te hubo traicionado, ¿y así de fácil te das por satisfecho? Soy la locura que siempre promete, que siempre cumple… borra el dolor en el corazón de tus hijas. ¿No sabes cómo?
            Yo te enseño.
            Una persona mira por la ventana. ¿Qué es lo que se avecina? El pánico pronto se expande entre las pequeñas  criaturas con complejo de dioses que se hacen llamar humanos, y como hormigas corren asustados de un lugar a otro. El gran astro ha hecho que su fuego consuma el manto negro que era el espacio, y así una lluvia de estrellas caen abatidas por las llamas de la locura del Padre… el cadáver de la Madre impacta contra el planeta, y la bestia es consumida por su propia fuerza. Locura… dulce locura que nunca mientes y cumples tus promesas, aliada a la muerte has traído la paz a esta familia y de un solo golpe borraste el dolor de las estrellas.
            La felicidad siempre tiene un costo… y en este caso: La vida.