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Estrellita dónde estás,
Quiero verte titilar.
En el cielo sobre el mar,
Un diamante de verdad.
...Estrellita dónde estás
Quiero verte titilar.

De verdad que el cielo nocturno es hermoso... Es hermoso. Era triste. La Luna reía. Las Nubes lloraban. Las Estrellas brillaban. Las Estrellas brillan.
El cielo nocturno es hermoso.
Era una noche oscura, una noche cualquiera, las estrellas brillaban y las nubes estaban escondidas en su hogar. La Luna aparecía a debutar... a la Luna le gusta llamar la atención. Como todas las veces que protagoniza el escenario, ella recorría iluminando la noche con su esplendor plateado y brillante.
-Mis hijas, hijas... adoradas hijas- decía mientras se paseaba alrededor de las pequeñas estrellas azules-. Tan obedientes, mis hijas, hijas... adoradas hijas; que saben que no deben brillar más que yo. Oh canten... Oh canten, quiero oírlas cantar
Y así los puntos azulados alzaron la voz en una acompasada melodía, llenando cada recoveco con un sonido triste y profundo que emergía desde el fondo de sus corazones.
Miles de estrellas eran, de diferentes tamaños sintiendo en unísono una única canción. Tan hermoso era... tan exquisita música para el alma, que pronto las nubes comenzaron a salir de sus hogares para formar un círculo a su alrededor.
¡Conmovedora melodía! Gemidos se alzaron, las nubes lloraron tocadas por aquel sentimiento doloroso, cuyas lágrimas llegaron a caer en forma de sangre inocente derramada. Y las estrellas cantaron más y más alto... su canción no llegaba a pronunciar palabras, pero el ritmo demandaba libertad.
Luna, ¡Oh dama quisquillosa y traicionera! Caminó observando con sus ojos de serpiente, con sus andares de diosa... pero las vocecillas no retrocedían.

Érase una vez antaño, érase una vez una época,
en donde el Sol brillaba más que la Luna.
Sol, sol, sol;
Luna, luna, luna,
que con sus afilados dedos el candor apagó.
Hermanas no lloren, hermanos no lloren,
el esplendor despierta.
Hermanas no lloren,
nuestras voces alzadas las llamas alcanzan.
Despierten al durmiente,
Dama traicionera, dama traicionera...
que con tus afilados dedos tiñes de rojo tu alma.

-Hijas, hijas, hijas; basta, basta, basta...
Pero el valor estaba presente y las pequeñas estrellas no sentían temor.
La dama de vestido plateado y dedos afilados se estremeció con su sonrisa perturbante. Una vez más habló, una vez más amenazó, pero las estrellas no oían.
Entonces fue cuando la dama pisoteó con dureza el suelo, sin abandonar la sonrisa su boca. Aquellas prominentes dagas adornando sus dedos clamaban acariciar el delicado fulgor azul de sus vidas. Gota, gota, gota. Primero fue una, y la mitad de las estrellas callaron; luego fue la otra, y el silencio se cernió sobre todos. Gota, gota, gota.
¡Oh, pobres estrellas! Desgraciadas almas que muy cerca estaban. Pronto la luz de aquellas dos abandonó la vida en un grito doloroso. La dama sonrió y sus dedos dejaron de estrujar aquellos corazones ahora inertes, mientras que las dagas fulgurantes goteaban vida extinta, aquella que tiñe de rojo el alma de quien la toma.
-Hijas, hijas... Adoradas hijas, apenada me encuentro de que ustedes lloren. ¡Me parte el corazón! Pero así de grande es mi amor que procuro hacerlas entender, aunque yo misma me lastime de tristeza al causarles dolor. Oh, hijas, hijas, adoradas hijas, ¿ven ahora cuán grande mi bondad es? ¿Cuán majestuoso mi amor por ustedes?
Y esa perturbante sonrisa era la que jamás abandonaría las pesadillas de los pequeños puntos azulados. Las algodonosas nubecillas decidieron marcharse a sus hogares, único lugar seguro de los caprichos de la hermosa tirana plateada.
El tiempo se escurría por cada rincón, se desperdiciaba… escapaba; y nadie hacía algo al respecto. Noche, noche eterna era la que reinaba, única realidad que la bella Luna ofrecía en su fulgor metálico, pero no era suficiente ya, la ausencia del padre, del astro, comenzaba a hacerse latente. ¿Dónde buscar? Padre, abre los ojos… ¡Oh, Padre! Oye el dolor, los gritos, las súplicas que habitan de manera muda el corazón de las estrellas… Padre, abre los ojos. Despierta. Lucha. Así seguía escurriéndose el tiempo, y cada vez eran menos las estrellas, una a una cayendo abatida bajo los caprichos de la Madre, una a una agotando su brillo en un pozo sin fondo, insaciable. Pero todo es un círculo, una red, una razón y una explicación. Así hubo un día oscuro como el anterior, en que un pequeño y casi extinto fulgor azulado decidió liberarse de las cadenas de la dama y recorrer la inmensidad en busca de la salvación que traería la paz entre sus hermanas.
La estrella sobrevoló la oscuridad durante demasiado tiempo, sin dar con el paradero de su objetivo. Aunque su ideal claro estaba, no dejarse engullir por la desolación constituía una tarea casi titánica. ¡Pobre pequeña! Escapa de las garras del dolor y de la histeria, despeja tu mente y nunca olvides la promesa del futuro que te aguarda. ¡Vuela, vuela, estrella fugaz! Que de esa manera recorres los rincones del manto oscuro… Sufres el hambre, la sed de una búsqueda cruel que no te ha dado ni una pizca de dulzura, pero no te rindas, no desistas.
El tiempo pasa, estrella, tu tiempo se agota, pequeña; ya no ves lo que antes veías… la realidad se te confunde en tu mente nublada… dulce locura, dulce inconsciencia que casi te arrastra al sueño eterno. Y la niebla azulada embota su cabeza, su vida, su fulgor se extingue, ¿qué sucede? La demencia la devora, llenando su pensamiento de extrañas ideas… la negrura la exaspera, ¿de qué le sirven los ojos, si entre tenerlos y no tenerlos no existe diferencia alguna? No, estrellita, no rías sin alegría… que aquel gorjeo solo es el eco de tu locura, pequeña. Ruedas, ruedas, ya no buscas, has perdido el objetivo… levanta sus manos y toca su cara, la siente… cada hendidura, cada relieve, es consciente de cada detalle y llega a lo inútil… la histeria le da una fuerza que no posee, y así, de un golpe sus dedos se hicieron garras, y sus garras arrancaron ferozmente sus globos oculares, dejando sólo vacío y un río escarlata fluyendo en su camino, marcando la trayectoria en lo que los humanos verían como una hermosa estela de colores… la cola de un cometa, una estrella fugaz.
Y desde aquí te hablo, pequeña; soy tu locura, tu condena, el precio de la libertad. Escucha mi voz, déjame seducirte, engullirte, amarte completamente… no te resistas. Bien has hecho al deshacerte de lo inútil, ahora permíteme recuperarte de la oscuridad, deja que yo sea la que rellene cada punto ciego con la luz, mi propio ser; y es ahora cuando realmente eres capaz de observar el mundo, amiga mía. Salvada estás de la eterna noche lunar, y soy yo, la voz que jamás abandona, la que cumplirá todos tus deseos bajo el precio de un ínfimo costo que ya ha quedado saldado: tus ojos, querida, tus ojos.
La estrella observa, dirige su mirada vacía a un punto, enfoca y ahí es cuando se hace la luz y el astro aparece. El Padre es encontrado por la hija. ¿Y ahora qué?  La pequeña lucecita rodea a su progenitor, una enorme bestia que emite sonoros ronquidos. Y de repente, ¡puf! La estrella se extingue, el Padre abre los ojos.
Años, milenios… quién sabe cuánto tiempo pasó desde que el gran astro fue envenenado por el sueño eterno. El caso es que al despertar, la gran bestia… la mente del Sol ya no es la misma; obnubilada, con una única cosa latiendo con fuerza: venganza.
Así la cabeza de una pobre hija se hizo una cárcel demasiado angosta para tamaña criatura, y de un fuerte estirón el cuerpecito estalló dejando libre al encarcelado. Locura, otra dama codiciosa y codiciada por los que entienden, busca ahora infiltrarse en el pensamiento del vengador. Pero es tarde, la ira y la muerte no dejan espacio para un tercer residente.
− ¡Ay, amores! Dancen, dancen para mí.
            Vaporoso vestido de plata que se mueve al compás de una melodía sin ritmo. Cadáveres de estrellas cubren el suelo, como una alfombra color azul y escarlata. La hermosa dama, cuyas garras pasaron de plata a jaspe, sintoniza con su voz argentina un aullido de sorpresa cuando frente a ella se materializa la bestial criatura que pronto la amenaza con horribles dientes afilados y un fuego que recubre cada centímetro de su cuerpo.
            Querida, no trates de explicar lo que no tiene escusa ni perdón… No huyas de un castigo merecido del que jamás podrás escapar. El astro abre sus fauces y con todas sus energías manda un soplido tan fuerte que rompe las cadenas que apresaban a sus hijas para luego acercarse a la madre emitiendo gruñidos de advertencia.
            Mucho tiempo has reinado, reina sin corona… madre sin corazón… y es ahora cuando los dientes justicieros se cierran sobre tu pecho vacío, y arrancan de un solo mordisco el alma teñida de muerte y todas las vidas que robaste huyen disparadas hacia todas direcciones. En la Tierra un hermoso espectáculo de fuegos artificiales comienza.
            ¿Ira, te has ido? ¿Muerte, has cometido tu dulce pecado? Locura, es tu oportunidad. Explota en la mente de un hombre quebrado, termina derrumbándolo como sólo tú sabes. Astro, has destruido a la que te hubo traicionado, ¿y así de fácil te das por satisfecho? Soy la locura que siempre promete, que siempre cumple… borra el dolor en el corazón de tus hijas. ¿No sabes cómo?
            Yo te enseño.
            Una persona mira por la ventana. ¿Qué es lo que se avecina? El pánico pronto se expande entre las pequeñas  criaturas con complejo de dioses que se hacen llamar humanos, y como hormigas corren asustados de un lugar a otro. El gran astro ha hecho que su fuego consuma el manto negro que era el espacio, y así una lluvia de estrellas caen abatidas por las llamas de la locura del Padre… el cadáver de la Madre impacta contra el planeta, y la bestia es consumida por su propia fuerza. Locura… dulce locura que nunca mientes y cumples tus promesas, aliada a la muerte has traído la paz a esta familia y de un solo golpe borraste el dolor de las estrellas.
            La felicidad siempre tiene un costo… y en este caso: La vida.



Oigo el trinar de las aves de fondo…  
mas cuando intento escucharlas ellas callan, 
como si supieran de mi intromisión.  
Oigo el sonido de la brisa que acaricia las paredes 
y rebota  contra mi ventana.
Oigo la calidez del sol que acaricia mi mejilla 
y la ternura de las nubes 
que disputan con los rayos.
Oigo las historias que cuenta el suelo en silencio, 
todas sus experiencias… 
todas las escenas de las que fue testigo.
Oigo mi nombre ser exclamado por la vida, 
escucho mi nombre ser susurrado por la muerte.
Oigo mucho…  escucho poco.
Escucho las palabras inexistentes…
Escucho cada cosa que escucho 
y oigo cada cosa que oigo,
Oigo lo que escucho
Digo lo que oigo
Callo lo que escucho.
Oigo mis pensamientos
Escucho la esperanza…  Oigo la esperanza: muere la esperanza.
No escuchoNo oigoNo callo. No hablo.No existo.



Muchas cosas son las que guardo ... Y muchas cosas las que mi locura grita.
Ceremonia de la Rosa
Parte II

El comedor era una amplia estancia con un único mesón en donde se sentaban a comer todas las señoritas de la Casa, incluyendo las que aún no tenían edad para participar de la Ceremonia. Las criadas entraban y salían de la puerta que conducía a la cocina, trayendo los más exquisitos manjares que depositaban con cuidado frente a las casi cincuenta muchachas.

El aroma a comida recién preparada era delicioso y provocaba que la habitación se sintiera de alguna forma más cálida y familiar. Los cuatro grandes vitrales que surcaban las paredes mostraban en su interior bellas imágenes de aves sobrevolando distintos tipos de árboles y flores; filtrábase de ellos coloridos haces de luz que vestían las paredes de alegría y hacían que divertidas luces se difractaran al reflejarse en la parte labrada de los candelabros de oro.

Claire observó de reojo a Iris que chapoteaba una sopa ya fría con la cuchara sin llegar a beberla. Parecía que el anuncio del Triunviro la había afectado tanto como a ella, porque desde entonces se había mostrado inusualmente callada y ensimismada.

-Nunca me han gustado estas mesas tan largas- anunció repentinamente la chica-. ¿Qué pasa si quiero comer algo que se encuentra en el otro extremo?- continuó profiriendo una risotada cuya chispa no alcanzó sus ojos esmeralda.

-No te esfuerces, Iris. Si quieres, luego de comer podemos hablar de ello...

-Para nada... Estoy bien- sonrió-. Además tú ya tienes planes con Kenneth- agregó colocando una mirada pícara.

Se hicieron amigas de Kenneth el día que su padre comenzó a trabajar como jardinero en D'Liah, entonces él era un muchachito travieso y flacucho que gustaba reír. Cuando tan sólo era un adolescente, una enfermedad acabó con la vida de su progenitor, dejándolo únicamente con un amplio conocimiento sobre plantas. Pronto se instaló en una casucha en las afueras de D'Liah y comenzó a trabajar en nombre de su padre cuidando las flores de Margareth, fue allí cuando su relación con Claire se hizo más fuerte.

La muerte de su único familiar lo había endurecido considerablemente, nada que ver con el niño risueño que ambas muchachas conocían. Por aquel entonces se pasaba todo el día realizando trabajos pesados en el patio trasero, que daba justo hacia el balcón de la habitación de Claire. Fue tan sólo cuestión de tiempo para que el dulce carácter de la rubia lograra romper el caparazón de amargura en el que Kenneth se había encerrado.

Para nadie de la Casa era secreto que la joven mantenía esa prohibida relación con el jardinero, sin embargo, todos fingían ignorarlo; incluso a la mismísima Margareth parecía no importarle, siempre y cuando aquel amorío no se interpusiera el día que su hija fuera comprometida con alguna entidad importante.

Tras bastante rato la señora de la Casa, la cual se sentaba de cabecera en el gran mesón, dio por terminada la cena. Ambas amigas se levantaron, dejando libre el camino para que las criadas comenzaran a ordenar y lavar los platos. Se dirigieron a la salida que daba a un pasillo que conducía a las escaleras y que a su vez llevaban a las habitaciones, cuando vieron aparecer a Kendra ataviada con una pila de porcelana.

-Kendra ¿Puedes ir y decirle a Margareth que iremos a pasear un rato por el bosque?

-Está bien Iris, pero ya sabes que no se tragará el cuento- accedió la criada sonriéndole con afabilidad a la diminuta Claire-. Salúdale de mi parte.

-Claro- respondió la muchacha con un brillo de alegría en los ojos-. Iris ¿Me acompañas a ponerme algo más cómodo?

-¡Por supuesto que no!- exclamó la pelirroja tomando el brazo a su amiga-. Deja que Kenneth te vea así, estoy segura de que me lo vas a agradecer después.

-Bueno, si tú lo dices...- agregó la otra no muy convencida.

Caminaron por un pasillo hacia la salida de la mansión. En el trayecto se toparon con cinco jovencitas que reían y chillaban escandalosamente, luciendo unos hermosos vestidos de falda pomposa.

-¡Vaaaaya!- murmuró una de ellas al pasar por el lado de las otras dos muchachas-. Pero si son la enana y la fea.

Claire se detuvo más que nada por educación, mientras que Iris les pasó de largo sin siquiera dar señal de notar su existencia.

-Oye a ti qué rayos te pasa...- demandó otra jalando con brusquedad el brazo de la pelirroja.

Iris suspiró aburrida por la odiosa actitud de aquellas chicas.

-Lida y compañía, no estamos de humor para fingir que nos agradan, además estamos por salir; así que por favor, piérdanse- dijo a la par que ponía una radiante sonrisa, lo que provocó una pequeña carcajada de Claire.

-¿Y tú de qué te ríes?- vociferó Lida frunciendo el ceño.

-Nada, nada- contestó Claire calmada, diplomática.

Lida era algo así como el némesis de Iris. Desde pequeñas ambas muchachas habían demostrado ser como agua y aceite: ninguna soportaba a la otra. Cuando Lida pasaba el tiempo maquillándose, Iris lo hacía en la biblioteca de D'Liah; mientras Lida salía a contonearse frente a los muchachos del pueblo junto a su eterno séquito de cuatro arpías, Iris jugaba a las muñecas con Claire. Simplemente sus personalidades opuestas no estaban hechas para encajar, y el fuerte carácter de ambas no ayudaba a evitar las peleas.

A pesar de su pestilente actitud, Lida era extremadamente guapa: tenía unos grandes ojos color miel coronados por tupidas pestañas, un cabello liso y negro que enmarcaba un rostro sonrosado, labios carnosos y rojos como frutillas; también poseía un cuerpo de locura con definidas y voluptuosas curvas que hacían babear a muchos de los hombres de Grihnklee.

Las seis muchachas se observaron en silencio por un lapso de tiempo cargado de tensión.

-Bueno chicas, les deseo buenas noches; Iris y yo saldremos así que dudo que nos veamos por hoy- se despidió Claire tratando de sonar simpática.

Dicho esto, tomó a su amiga del brazo y la condujo hacia la salida, contenta por haber evitado un enfrentamiento.

-Bien golfita, ¿irás a revolcarte con tu sucio jardinero?- provocó Lida seguida por crueles carcajadas de sus cuatro seguidoras.

Como Iris no era de las que agachan la cabeza se soltó de Claire y avanzó a grandes zancadas hacia las cinco.

-Oooh... cálmate, mastodonte.

-Tranquila Iris. De verdad que no me molesta.

-No Claire. No está bien- se negó la joven tomando aire sosegadamente para aplacar su ira-. No está bien humillar a la gente ¡No permitiré que hables así de mi amiga!- gritó señalando a Lida con un dedo.

-¿Ah sí? ¿Y qué me harás si lo hago? ¿Me golpearás, mastodonte?- la petulante sonrisa de Lida demostraba lo poco que realmente le afectaba el asunto.

Tras pensárselo un momento, Iris dijo.

-Sí... la verdad es que sí.

Y así de repente se lanzó sobre Lida a golpearle el rostro con el puño, no con cachetadas como peleaban comúnmente las señoritas, sino que con verdaderos puñetazos de luchador. Las demás jóvenes se mostraron sorprendidas -incluso Claire- y corrieron a socorrer a su “jefa”. Cuando finalmente lograron separarlas, la mayoría de los daños se los traía Lida, cuya mejilla derecha comenzaba a inflarse con un color amoratado.

-¡Maldita zorra!- chilló al tiempo que se limpiaba un poco de sangre de la boca.

-Tú te lo buscaste- dijo Iris encogiéndose de hombros-. Y ahora sabes, que si nos vuelves a molestar, no seré tan indulgente la próxima vez.

Algo en los ojos de la pelirroja hizo que Lida se lo pensara dos veces antes de continuar con la trifulca.

-¡Esto no se quedará así! ¿Entiendes? Me las vas a pagar, bestia...

Iris las miró divertida y adelantó un paso profiriendo una especie de gruñido de advertencia, mientras Claire se reía tras ella.

-Tienes razón... Soy una bestia, y pierdo la razón por la sangre fresca.

Esto último fue la gota que rebalsó el vaso de los nervios de la pelinegra. Sin aguantarlo más, dio media vuelta y huyó escaleras arriba, seguida de cerca por las cuatro chicas que murmuraron unos cuantos “Nos las pagarás” antes de correr despavoridas.

Cuando las dos amigas estuvieron solas nuevamente, rompieron a reír a carcajada limpia agarrándose de la tripa con las manos.

-¡Eso estuvo muy bien!- felicitó Claire mientras empujaba la puerta que daba al exterior-. ¿Dónde aprendiste a pelear así?

-Una ve muchas cosas cuando sale a explorar- respondió sin importancia-. Y siempre te lo he dicho, mujer: yo te protegeré- dijo Iris pasando uno de sus brazos alrededor de los hombros de su amiga-. Además, nunca has sabido defenderte de esas tipas- continuó, esta vez poniendo los ojos en blanco.

-No es eso... es sólo que no me gusta que la gente se preocupe por mí.

Posiblemente fue la mirada perdida de Claire lo que le recordó a aquel día de cuando eran pequeñas, el día que juró protegerla. Tenían apenas seis años y era un caluroso día de septiembre, llevaban toda la mañana jugando a las escondidas, hasta que a Claire se le ocurrió cambiar el juego por el de las aventureras. Decidieron avanzar por un sendero cubierto de polvo y llegaron hasta una explanada que olía extraño y que estaba llena de cacharros cuyo uso las chiquillas desconocían.

En el lado más alejado había una cueva demasiado oscura como para que las dos niñas se atrevieran a entrar, por lo que se pasaron parte del día jugando en los alrededores fingiendo descubrir nuevas especies de plantas y animales.

Cerca del mediodía, cuando la hora de almorzar estaba próxima, ambas pequeñas escucharon pasos provenientes del sendero por el que habían llegado.

-¿Claire?

La niña rió al escuchar su nombre. Conocía demasiado bien esa voz.

-¡Vamos, vamos!- susurró emocionada mientras jalaba a Iris para que se escondieran tras un apartado tacho metálico.

-Claire ¿Dónde estás? Papi está preocupado, así que sal pronto; el juego ya acabó...

La aludida sonrió mostrando el espacio hueco que había dejado la ausencia de uno de sus dientecitos de leche y con el dedo índice le hizo un gesto a su amiguita para que no hablara.

El señor D'Liah continuaba avanzando, buscando a su pequeña, hasta que vio la cueva y se le ocurrió que podía estar allí.

-¡Papá te encontró!- exclamó risueñamente adentrándose en la oscuridad.

Iris le observó desaparecer tras la boca de la cueva, y se fijó en unas finas líneas negras que salían de la apertura del saliente rocoso que no había notado antes. Justo en ese instante, un leve chasquido rompió el silencio, y la cueva voló en pedazos.

Tiempo después se enteraron de que aquella zona era rica en napas subterráneas de propiedades relajantes, por lo que la explosión tenía el fin de desviar el agua hacia la superficie y así competir con las fuentes termales del pueblo vecino.

Claire jamás dijo nada, nunca hablaron realmente del tema, pero Iris podía leer en sus ojos que se culpaba de ello y que algo en su corazón se había cerrado para siempre. Es por eso que juró protegerla de cualquier mal, siendo que de lo único que aún no había sido capaz de salvarla era de ella misma.

-Valrriata- musitó la joven rubia de sopetón, como leyéndole el pensamiento-, eso que olimos... ese extraño aroma en el aire ese día era valrriata ¿No, Iris?

La muchacha asintió, sin estar muy segura de qué hacer o qué decir.

La valrriata era una especie de cable negro que al entrar en contacto con el aire, producía una explosión tan intensa y dañina como los sabios habían prometido al crearla.

Para suerte suya, no tardaron mucho en llegar a la cabaña de Kenneth. Aunque austero y rústico, el paisaje en sí poseía cierta belleza que no se apreciaba dentro de la pomposidad de la mansión D'Liah.

El espacio de la edificación era reducido, pero contaba con todo lo básico para que una persona pudiera vivir en ella. La estructura era simple, casi cuadrada; apenas tenía tres ventanas de cristales transparente sin cortina, y paredes de madera que se sostenían sobre un cimiento de rocas en la parte inferior; sin embargo para haberla construido tan joven luego de la muerte de su padre, Kenneth había logrado un excelente trabajo.

Una leve estela de humo ascendía hacia el cielo estrellado de aquella noche otoñal, lo que sólo podía significar que su amigo las estaba esperando.

-Bien Claire, aquí te dejo. Iré a pasear por el bosque mientras tanto y te vendré a buscar a las doce, ¿está bien?

Cuando Iris ya estaba por alejarse, una socarrona y grave voz la detuvo.

-¿Y tú niñita? No me digas que no ibas a entrar a saludar a tu mejor amigo...

La muchacha puso los ojos en blanco fingiendo estar ofendida, siendo que la situación le sacaba una sonrisa.

-¿Quién rayos dijo que TÚ precisamente eres mi mejor amigo?- contraatacó la pelirroja caminando hacia él.

-Hay que admitirlo... Ninguna de las dos es la sociabilidad en persona- río Kenneth mientras atraía a Claire hacia sí.

Kenneth y Claire eran una pareja de mundos diferentes. Alguien que apenas alcanzaba el metro cincuenta y cinco era demasiado frágil para alguien que superaba el metro setenta y que a sus veinte años ya tenía un cuerpo de oso por tanto trabajo pesado, sin mencionar sus obviamente opuestas personalidades; a pesar de todo eso, ambos compartían el hecho de que habían perdido una importante parte de su pasado, la cual parecían ser capaces de recuperar estando juntos.

-Bien, chicas entren; aquí afuera se me van a congelar.

-Oh no te molestes. Yo sólo estaba de paso, no quiero interrumpir. Y mira... Claire se puso sus mejores prendas para venir a verte- omitió el hecho de que ninguna de las dos tuvo algo que ver con el aspecto que traían y que todo había sido obra de Kendra-, y no sólo hablo del vestido- dijo alzando las cejas traviesa.

-¿Ah, enserio?-. Kenneth rompió a reír desenfadado, siguiéndole el juego a su amiga.

-No... ella no habla enserio- se defendió Claire tan roja como el cabello de Iris.

-En fin tórtolos, si me disculpan...

-¡Y eso que yo les había preparado una cena! Bueno... creo que tendremos que terminarla entre Claire y yo- se lamentó Kenneth levantando sus musculosos brazos en un gesto dramático.

Claire miró a Iris alarmada. Si Claire era alta, Kenneth era un magnífico chef. Iris se echó a reír por la asustadiza expresión de su amiga, pero no hizo nada y comenzó a caminar hacia la parte más frondosa del bosque, despidiéndose con la mano.

-¡Suerte!

Y así se alejó, escuchando los vanos intentos de Claire para convencer a Kenneth de que ya había cenado y que no tenía hambre.

Como era otoño las hojas crujían bajo el taco de sus zapatos. Ahora se arrepentía de haber rechazado la idea de cambiarse a algo más cómodo, los pies la mataban y la enorme falda del vestido no hacía más que enredarse con todo lo que pillaba delante. Como Kendra la mataría si algo serio le pasaba al traje, comenzó a tener más cuidado con los pasos que daba.

Elevó el mentón y decidió que la luna se veía como una gran banana pegada al cielo, rodeada de brillantes, enormes y redondos arándanos como compañía. Qué ocurrencia más extraña, pensó luego de reflexionar y soltó una risa tonta. Observó la gran variedad de árboles que se extendían a su alrededor de forma dispersa, sin forjar un camino definido; pero eso no importaba, porque Iris era incapaz de perderse en aquel sitio que conocía tan bien. Cada vez que la vida en D'Liah se hacía demasiado tediosa, ella se refugiaba entre el olor a pino, el sonido de los animales y el tierno fluir de la laguna que daba el nombre al pueblo: “Grihnklee”.

Hubo una época en que aquella pequeña laguna era la única fuente de agua que los colonizadores del pueblo dominaban, por lo que se le atribuyó tal importancia que decidieron nombrar al nuevo asentamiento en relación a la extrañamente bella tonalidad que adquirieron las aguas del lago cinco meses después del establecimiento humano. Según se cuenta a los niños pequeños de Grihnklee (o “aguas verdes” en un idioma muy antiguo), un joven mago había quedado prendado de los ojos de la señorita más hermosa de la localidad, al ser más verdes y brillantes que cualquier gema que él hubiera conocido antes.

La joven era un tanto quisquillosa, pues era tan codiciada que se podía dar el lujo de rechazar a cuánto pretendiente quisiera. Así fue como se rehusó a aceptar los sentimientos del mago, el cual juró frente suya que pasada dos semanas ella caería rendida a sus pies. Ella aceptó el reto divertida, pensando que aquel hombre había resultado ser mucho más interesante que la bola de tarados que se le declaraban todos los días.

Pronto pasaron las dos semanas, en las cuales el mago estuvo sentado imperturbable con los ojos cerrados a orillas del lago, aparentemente haciendo nada, cuando en realidad estaba entrando en sintonía con el alma de la laguna. No se movió ni comió durante ese tiempo, y muchos de los habitantes del pueblo (entre ellos la joven) comenzaron a visitarlo, mientras que los más ociosos apostaban sobre cuánto tiempo más duraría en aquel estado.

La décimo cuarta noche, el joven visitó a su amada y la invitó al lago, quien se sorprendió al verlo tan sonriente a pesar del aspecto demacrado que tenía, y aceptó la invitación motivada por una fuerte curiosidad. Al llegar, nada había cambiado en el escenario, y no fue hasta asomarse a las aguas de este que la joven comprendió.

-Este es su regalo- le dijo el mago al oído.

Y desde entonces que las aguas del lago adquirieron su famosa verdosidad cristalina, convirtiéndose así en uno de los paisajes más bellos de las Cuatro Tierras. Obviamente se cuenta que, luego de tan excepcional regalo, el orgullo de la joven terminó sucumbiendo al amor del mago y que, como la mayoría de los cuentos infantiles, se casaron y vivieron felices para siempre.

Iris suspiró cautivada por la belleza de la leyenda y del panorama que se abría frente suya. Se había sentado a orillas de las aguas a contemplar cómo los plateados rayos de luna se quebraban al tocar la superficie del lago, dándose un fantástico fenómeno, como cuando pones un diamante a la luz, todos los haces que provenían de las aguas se entremezclaban con la luz natural del astro, convirtiéndose así en una iluminación esmeralda de tinte mágico y celestial.

Si se pudiera parar el tiempo, ella congelaría aquel. Aún no concebía la idea de que su vida cambiaría por completo y de que nunca volvería a ser como entonces. Pronto tendría tratos de Señora, gente a su disposición, cero privacidad, y un marido, un marido al que odiaría siempre por haberle arrebatado toda una juventud de libertad. Y lo que era peor de todo, con nadie ella podía descargar aquel sentimiento de angustia y rabia, sin destruir la imagen de fortaleza que llevaba creando desde siempre. No, no podía desmoronarse ahora.

Tan ensimismada había estado, que casi se olvidó por completo del transcurso de la hora. Eran las once y media, por lo que se levantó para emprender el camino de vuelta hacia la casa de Kenneth y no demorar demasiado a Claire.

El bosque estaba realmente oscuro, y por vez primera la muchacha se sintió realmente desprotegida. No es que fuera principiante en eso de las escapadas nocturnas, pero había un silencio tan absoluto que la hacía sentir sola y desnuda.

Apretó un tanto el paso aferrando con sus dedos el relicario que siempre adornaba su cuello. Aquella joya era el único “recuerdo” que podía conectarla directamente con su seno familiar; era un objeto en forma de corazón, que al abrirse guardaba un viejo retrato hecho a lápiz de sus padres, cuyos rostros Iris sabía de memoria, cuando no sus nombres, que continuaban siendo un eterno misterio para ella.

Algo sonó cerca de su oreja, por lo que se giró con rapidez, mas no la suficiente como para evitar al veloz guijarro que había salido de la mismísima nada y que le dio directamente en la sien, dejándola desorientada y algo mareada.

Tirada en el húmedo suelo, levantó el mentón para ver cómo el bosque entero se movía y perdía su forma. La cabeza le daba vueltas, así que cerró los ojos con fuerza esperando que al abrirlos todo hubiera pasado. Otros ruidos se produjeron a su derecha y algunos más a su izquierda, los que la hicieron intentar ponerse en guardia en un ridículo gesto que la hizo caer nuevamente.

Risitas maquiavélicas quebraron la pacífica mudez en la que el bosque se sumergía. Al abrir los ojos sorprendida, Iris vio materializarse frente suya a cinco pares de pies que pronto la rodearon.

-Ay zorrita... No me digas que te di por accidente.

Si bien se hallaba muy mareada, en el estado que estuviese Iris sería capaz de reconocer aquella odiosa voz chillona. Lida y su séquito acababan de aparecer de detrás de unos frondosos matorrales, vestidas con unos ligeros trajes perfectos para moverse sigilosamente entre la flora; una de las cuatro muchachas acarreaba consigo una abultada mochila que parecía iba a dejar caer en cualquier momento debido al gran esfuerzo que le requería.

-¿Qué creen que hacen?- la pelirroja dijo al tiempo que lograba ponerse de pie, aún bastante débil.

-¡¿Quién te dijo que podías levantarte?!- saltó una de las cuatro muchachas y le plantó un fuerte rodillazo en el estómago que la hizo caer instantáneamente de rodillas al suelo, sintiendo cómo el aire se le escapaba por la boca.

Lida alzó una mano indicándoles a las demás que se detuvieran.

-¿Ves esto?- dijo mientras se agachaba y agarraba fuertemente a Iris de los cabellos para levantarle el rostro a la altura de su cara, señalándole la marca morada que la muchacha le había provocado hacía unas pocas horas-. Te dije que esto no se quedaría así como así.

Esto va muy mal, pensó Iris buscando una apertura por la cual escabullirse del agarre de las jóvenes. Lamentablemente ella era sólo una contra cinco, por lo que aquella era desde ya una batalla perdida.

-¿Qué? ¿Acaso un ratón te comió esa odiosa lengua tuya?- agregó la pelinegra con socarronería a lo que fue respondida con un gran escupitajo en la cara.

-¡SI SERÁS PERRA!- Lida exclamó estrellando el rostro de Iris contra la tierra-. ¡Vamos muchachas, que comience el espectáculo!

Se sintió arrastrar de pronto hacia atrás, agarrada de las piernas. Trató de enterrar las uñas en la tierra, pero estaba débil aún y las chicas procedían con una furia demoledora. La amarraron tan fuerte al tronco de un árbol que a la joven se le hizo dificultoso permitir el avance de oxígeno hacia sus pulmones, por lo que boqueaba mientras miraba con rabia en dirección de aquellas escorias.

-Pero que cabello más bonito- dijo maliciosamente Lida deslizando entre sus dedos los mechones ondulados de Iris que le llegaban hasta más o menos la cintura.

-Sí, sería una pena que algo malo le sucediera ¿No? - saltó una chica desde atrás de la pelirroja propinándole pequeños codazos de complicidad a la chica de la mochila.

-¡Claro! En una de esas el Triunviro no te quiere si te vuelves MÁS fea- continuó la otra siguiendo el juego.

Iris negó con la cabeza de manera paciente.

-¿Conque de eso se trata todo? ¿Simplemente están enfadadas porque el Triunviro me eligió en mi primer año de Ceremonia, cuando para ustedes ya es el segundo? Vamos Lida... no seas patética y afronta de una vez por todas que te gané de manera limpia y justa...

-¡¿LIMPIA Y JUSTA DICES?!- gritó la aludida en un nuevo arranque de ira por la sonrisita de suficiencia con la que la joven pronunciaba cada palabra-. ¡No te creas que no sé qué te ausentaste durante la preparación para ir a ver al Triunviro! ¿Y qué se supone que hiciste durante ese rato, ah? ¡De seguro anduviste seduciéndole para que te eligiera mostrándole ese intento de pechos que tienes!

Iris soltó a conciencia su risa más dulce antes de hablar.

-¡Ay muchachas! No todas tenemos que hacer eso para conseguir triunfos en la vida.

La otra joven, sin poder aguantar más que la chica continuara humillándola aun teniéndola a su merced, lanzó un grito y agarró las solapas del escote del vestido de la pelirroja y jaló con todas sus fuerzas hacia abajo desgarrando la costosa tela.

-¡Hey... qué se sup...

No pudo continuar.

Rápidamente, un sucio trozo de tela con sabor a podrido se materializó sobre sus labios para evitar que hablara... o gritase.

Y luego dio inicio la venganza.

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Mientras tanto en la destartalada cabaña de Kenneth, la habitación era consumida por la pasión que se encendía cada vez más salvaje dentro del cuerpo de ambos jóvenes...

-¡Basta Kenneth! Lo estás haciendo mal, deja que yo te muestre cómo lo hace una verdadera maestra...

Y claro que con “encendida pasión” nos referimos a una acalorada disputa sobre si es más conveniente cortar las verduras en pequeños cubitos (como proponía ella) o en rodajas (como proponía él) para la preparación del guiso que Claire deseaba cocinar para el almuerzo de Kenneth del siguiente día. No era que le faltara comida, era que le faltaba comida decente.

La cocina, un espacio que no superaba los siete metros cuadrados, se revestía de diferentes flores en favor del encanto pintoresco que Claire había intentado conseguir, cuando Kenneth, para no perder la “esencia masculina”, las había dejado de regar con el fin de mitigar el colorido afeminado que según él lo hacía parecer menos guapo.

-Kenneth, deshazte de una vez por todas de esas pobres flores... cadáveres de flores para ser exactos.

-Pero amor... (A propósito, no le pongas orégano al guiso) tú lo arreglaste para mí...

Claire sonrió divertida ante la farsa de soy un buen novio. Agregó las zanahorias en cubos a la olla y luego el rábano cortado en rodajas.

-Sí claro... Soy lo suficientemente inteligente como para (tranquilo, no pensaba ponerle) darme cuenta de lo improbable que es que un jardinero habilidoso y atractivo como tú se equivoque con la porción de riego...

-¿Me acusas de asesinato?- preguntó enarcando una ceja, mientras observaba cómo Claire se disponía a transportar la olla hacia el fuego-. Deja que te ayude con eso...

-Exacto. E iré a denunciarte al mismísimo Triunviro por maltratar sus plantas- continuó riéndose por lo insustancial del tema, y se sentó a esperar a que el guiso hirviera-. ¿Qué hora es?

-Casi la una... ¿Por?

-Iris está tardando demasiado...

-No me digas que crees que se perdió- Kenneth rodeó el espacio y se ubicó a su lado -, tu y yo sabemos que ella es como un simio que conoce cada rincón de ese bosque.

-¡Jajajajaja! ¿Simio? Sí bueno, pero el simio, nunca suele tardar tanto...

Él la observó por un momento en silencio y tras dos minutos sin pronunciar palabra, esbozó una sonrisa algo malvada.

-Quizá sólo nos está dando más tiempo... quizá sólo pensó que necesitamos más intimidad...

La estrujó entre sus brazos. Si había algo que realmente le encantaba hacer, era acunar y besar los dulces labios de aquella pequeña niña encantadora. Ella le correspondió a la caricia, pero luego le apartó suavemente, con el semblante aún muy preocupado.

-Hablo en serio... creo que deberíamos salir a buscarla.

Justo en ese instante el guiso estuvo listo.

- No hay nada que pueda decirte para convencerte ¿cierto?

Ella negó enérgicamente con la cabeza, haciendo que sus cabellos dorados revolotearan con aire infantil.

-Entonces no hay más remedio... ve a mi cuarto y coge una capucha rápido. Saldremos de caza- acabó cediendo resignado.

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Un lobo aulló a lo lejos (no tanto, en realidad), cuya advertencia se hizo espacio hasta llegar a los oídos de Iris.

Estaba sola. Abandonada. Sedienta. Dolorida.

Hacía casi cuarenta minutos que Lida y su grupo de títeres feos se habían ido, no por eso la desataron ni ayudaron a pararse. Sí, las jóvenes a veces pueden ser muy crueles.

Había llorado, sintiéndose especialmente débil por ello, pues no pudo reprimirse, por más que deseaba, en presencia de las otras. Pero claro que esas lágrimas no se debían a las burlas, golpes o incluso por la cubeta de excremento, carne descompuesta y basura que le arrojaron encima; ni siquiera se debía a lo corto y tijereteado que parecía su cabello ahora. No, ella sólo se quebró en el instante en que Lida mató por segunda vez a sus padres.

Ese bonito relicario que siempre la acompañaba, ahora era una masa deforme y ennegrecida que yacía en el suelo, cerca de sus pies. Iris había hecho todo lo posible, incluso comenzó a pisar las llamas en el instante justo en que la chica le prendió fuego, pero no había servido de nada más que para incrementar la diversión de Lida y quemarse los pies.

Suspiró. De seguro ahora sería comida para lobos, lo que no estaría tan mal considerando que su vida de hacer lo que quería había acabado, y de nuevo comenzaba a darle vueltas al tema... a un tema redondo sin salida.

Al levantar la cabeza, el destello de sus ojos se apagó un poco más. Toda el aura mágica, toda la belleza del ambiente... ya no estaba. E Iris se culpaba por ello; de no ser por su personalidad problemática, Lida nunca la habría perseguido, por tanto sus muchachas no habrían quemado las flores o ensuciado los tiernos alrededores del lago con sus porquerías... Y aquella preciada escena persistiría, no sólo ahora en sus recuerdos...

Un ruido. Dos ruidos. Giró la cabeza asustada pensando en la idea de que Lida no se diera por satisfecha y quisiera más destrucción, o que un animal salvaje la volviera su platillo principal para la velada. Cerró los ojos como una cobarde, aguardando por cualquiera de las dos opciones, que sea lo que Dios quiera, pensó abatida.

-¡IRIS!

Claire gritó abriéndose paso entre los matorrales para llegar hasta su amiga. En el trayecto pasó a pisar un de los restos de la cubeta, pero si lo notó, no pareció importarle.

A Iris le enterneció ver a su pequeña amiga corriendo hacia ella con los ojos exuberantes de lágrimas de preocupación, lo que bastó para que sus propios ojos comenzaran a emanar gotas también.

-Sabía que estabas tardando demasiado... Tenía ese horrible presentimiento... Yo... yo no pude... No estaba... Debí poder...

-¿Qué tal si te lamentas luego, y me desatas ahora?- sonrió amablemente en una mueca que se vio algo distorsionada por el pómulo inflamado.

-Ya estoy en ello- dijo Kenneth apareciendo de la misma dirección que Claire, a la par que sacaba una navaja del bolsillo de su capa-. Dios santo Iris, qué se supone que anduviste haciendo...

-¿En serio parece que me hice esto sola? ¡Auch!

-Lo siento... está algo apretada.

-¡Ten cuidado Kenneth!- exclamó Claire mientras se retorcía las manos nerviosa-. ¿Qué fue lo que pasó?

-¿De veras es necesario preguntar?- murmuró sarcásticamente otra vez.

-Lida... ¡Alguien debería darle una lección a esa maldita zor...

-¡Kenneth!

-Claire, amor ¡ésa no merece que la defiendas! Sólo mira como quedó ella- exclamó él en respuesta, señalando con el dedo a la pelirroja.

-Aaam... Estoy aquí- Iris agregó levantando las cejas y rodando los ojos hacia un costado-. Y no hay de qué preocuparse ¡Yo soy como un roble macizo e indestructible! ¡AUCH!

-Perdona, esa sí que fue apropósito, Señorita Indestructible.

-¡Kenneth!- reprendió Claire por tercera vez consecutiva la sonrisa contenida en los labios del joven.

-Déjalo- se resignó Iris sonriendo también, aunque el gesto le recordaba lo maltratado que estaba su rostro-. ¡Huuurraaaa, libre al fin!- gorjeó alegremente mientras se frotaba las muñecas acalambradas.

-Vamos chicos, deberíamos volver a que Kendra te revise las heridas.

-Me alegra que ambos hayan tenido el tacto de no mencionar que apesto... aun así ¡No lo disimulan demasiado bien estando a un metro de distancia!- rió la maltrecha chica con malicia azorando a sus dos amigos.

-Tú no cambies de tema y mueve los pies rápido- masculló Kenneth, cansado, y se ofreció a cargarla durante el camino, cosa que la muchacha rehusó casi de inmediato.

-Oh vamos. Ni que estuviera moribunda... ¡Está bien, avancemos rápido!- tuvo que agregar ante la mirada ceñuda de los otros dos.

-¡Así me gusta!- canturreó Claire cogiendo su mano, y guiándola hacia el camino de regreso.

Anduvieron así, avanzando con cuidado a cada tumbo de la pelirroja (porque aunque no lo admitiera jamás, no tenía las fuerzas suficientes como para moverse sin ayuda), hasta que dio de pronto una detenida en seco.

-Esperen aquí un momento- dijo con los ojos bien abiertos, y sin más comenzó a retroceder hacia la primera posición.

Claire y Kenneth se miraron preocupados, pero decidieron que lo mejor era aguardar su regreso.

Iris llegó rápidamente al lago (no es que hubieran avanzado demasiado), y se tiró al piso frente a un árbol, ensuciándose aún más la enagua, pero ella sólo tenía algo en mente, algo que la obsesionó en el primer instante en que lo recordó: El relicario.

Enterró sus manos en todas las masas negras que encontraba a su paso, palpando por si alguna tenía el tacto de metal fundido y dejado a enfriar. Lo encontró, encontró el relicario.

Su corazón se partió en diez, veinte, treinta pedazos cuando tomó entre sus manos el objeto. Lamentablemente el dibujo se había reducido a un puñado de cenizas, pero la joya aún mantenía cierta apariencia que recordaba lo bonita que era antes. Cerró los ojos y con las manos juntas la acercó a su pecho para soñar que nada había pasado.

Justo en ese instante, el papel cayó.

Le extrañó sobremanera ver aquella lámina añeja surgir de lo que era su relicario, y le pareció aún más raro el que no presentara ningún rastro de la presencia de las llamas en ella. Nunca antes lo había visto, y se le ocurrió la idea de que quizá se hubiera encontrado desde siempre oculto en una especie de “compartimiento secreto” detrás del retrato de sus padres, aunque eso no explicaría el por qué no se había quemado.

Lo cogió con manos curiosas y se decidió a abrirlo con los ojos expectantes. Era un mapa. Un mapa tan minúsculo que se necesitaría de una lupa para saber hacia dónde indicaba, pero definitivamente era un mapa... Un mapa, otro legado de sus padres para ella.

En ese instante oyó las voces de Kenneth y Claire llamándola, a lo que ella gritó que ya iba. Se enderezó y guardó todo en uno de los pliegues de los restos de su ropa, y se unió a ellos.

-¿Por qué tardaste tanto?- preguntó Kenneth bostezando, perezoso.

-El relicario- contestó ella por toda respuesta.

Nadie más dijo nada durante todo el trayecto. Pero Iris no necesitaba palabras, ya tenía una nueva respuesta a una nueva determinación: Iría al encuentro de lo que sus padres tenían para decirle.


Intenta seguir la melodía de mi alma

Bueno, yo llegué a Taiwan hace aproximadamente 8 semanas, sin embargo, las memorias que guardaré siempre en mi corazón no comienzan ahí, sino hace 6 semanas atrás. Ya saben... OCAC... algo difícil de olvidar... allí conocí a demasiada gente, tanta, que temía al principio no recordar sus nombres, por ejemplo, muchas veces a Cecilia la llamaba Alicia, bueno, es entendible pues se parecen bastante!
En total éramos 101 personas -sin contar a los Counselors- de los cuales 69 eran panameños; obviamente no hablaba con todos, de hecho, hubieron algunos con los que no recuerdo haber cruzado palabra, sin embargo, hice muchos buenos amigos que me ayudaron a construir una gran cantidad de recuerdos que por siempre mantendré a mi lado... presentes.
Mis Roomates: Arleen y Astrid... Creo que tuve mucha suerte al tenerlas a ellas como compañeras de cuarto. Compartimos muchas risas y cuchicheos nocturnos, y las tres llegamos a acostumbrarnos a la presencia de las otras, tanto así, que Arleen y yo sabíamos que, cualquier cosa que no fuera nuestra y que se encontrara en nuestros escritorios, debiamos dejarlo en el escritorio de Astrid, pues siempre, SIEMPRE eran de ella. También agradezco que nuestro cuarto haya sido el 423, así nos podíamos enterar antes de que hubiera Roomcheck, jajaja era una locura, se podían escuchar nuestros pasos apurados metiendo toda la ropa y demás cosas dentro de las gavetas desocupadas, de cualquier forma, nunca nos bajaron puntos por el desorden gracias a ello (Yuuuupi!).
Gracias chicas, gracias de verdad por compartir esto conmigo, por ser mis roomates, por ser como son... Nunca cambien <3
Las últimas 3 semanas aproximadamente, me cambié de cuarto al 609, bueno, la verdad es que fui uzurpandolo de a poco, pues de a gotera que fui trasladando mis cosas jajaja. Allí llegué conocer más a: Amy (una chica verdaderamente linda, que siempre está dispuesta a echar una mano a las persona que lo necesitan, con la cual también tuve muchos momentos muy locos; casi siempre era ella la me acompañaba a explorar Taipei, por eso... Gracias), Mónica (una travesti muy divertida y agradable, me parece que compartimos sentido del humor, pues a mitad de la calle nos poníamos a hacer estupideces sin importar que la gente nos quedara mirando jajaja a pesar de que igual hablamos temas serios, creo que tengo más recuerdos absurdos de ella con los cuales me puedo reír un rato, y por eso también Gracias), Ana (bueno, ella es MI Ana, jajaja con ella llegamos a formar un triángulo amoroso jajaja eso será otra memoria que no olvidaré, gracias por ser parte de ella), Yury (lo que más resalta de ella es su personalidad directa, que creo que la caracteriza; estar con ella igualmente fue muy divertido, especialmente en sus momentos Pro Ting jajaja Yury... Gracias! No cambies!), Ariana (ella es la prima de Ana, y de eso no me enteré hasta que las agregue a Facebook jajjaa, Ariana es también muy divertida, y aún más con las cosas que dice en las bromas telefónicas... Gracias por hacerme reír) y Giselle (una chica muy linda y sociable, tambien es mi Pierre jajaja espero que nunca cambie porque así como es cae realmente bien... Gracias por todo!)
Creo que de todas las que dormirmos en ese cuarto, el travesti era el único traumado por la limpieza... eso le admiro... porque yo no soy así, soy sumamente desordenada jajaja. Bueno, Mónico será mi modelo a seguir en ese aspecto jajaja.
Muchos más son los amigos que hice, de los que puedo mencionar a: Vivianne (ella es mi hermana panameña... jaja Gracias por acompañarme siempre), Diva, Bruno, María José, Doris, Karina, Cecilia, Priscilla, Carolina, Ninna, Ambar, Roberto, Mariesthela, Maricarmen, Ruby, Cherry, Odi, Evis, Cookie (mi Domo es mejor), Miguel (comete ya ese dulce), Nicole (lárgate!), William (yo soy más alta), Nicole, Ana, Andrea y el “Yi Ban” (que es el mejor de todos); en fin... Muchas Gracias!!!
Los Counselors, como olvidarlos, la verdad que no hablaba mucho con ellos, pero el último tiempo con las chicas molestamos harto a Cristian (aunque parezca serio, es súper divertido y tira bromas que te hacen reír por un buen rato) y a Ting (si bien está su KOFEN, él es una persona muy tierna y agradable, que se preocupa mucho por la gente que tiene a su cuidado). Avy y Cristal (ellas son unos amores). Pero en resumen, GRACIAS A TODOS LOS COUNSELORS! A todos los mantendré presentes en mi corazoncito...

THANKS FOR EVERYTHING! LOS AMO A TODOS Y A CADA UNO DE USTEDES!

Este es un cuento que tuve que escribir para un concurso del colegio... No gane :D pero realmente me siento orgullosa del resultado.
El tema debía basarse en un viaje que algún miembro de nuestra familia hubiera realizado, con el fin de explicar lo que ahora somos... Nuestras raíces... Nuestra esencia.

Sentía de pronto una extraña sensación de picor en el pie derecho que me venía molestando desde hacía ya unos minutos, sin embargo, tenía tanto sueño que lo ignoré y rodé sobre mi costado para seguir durmiendo. Cuando un chillido agudo me interrumpió nuevamente, abrí los ojos de golpe y me senté en la destartalada cama; no me sorprendí en lo más mínimo al ver a la roñosa rata que se trataba de comerse mi pata, la sabandija sí que le estaba poniendo empeño a la faena. Con una patada seca la tiré lejos… la pobre salió huyendo asustada.
No había remedio, ya estaba despierto. Me dediqué a observar durante unos minutos lo que me rodeaba: la habitación era un antro repugnante y maloliente, es más, tendría suerte si es que no me pegaba chinches por la almohada; la pintura de las paredes estaba agrietada, incluso en algunas zonas había desaparecido por completo, no había cuadros o pinturas colgadas de ellas, sólo agujeros de donde salían guarenes que esperaban ansiosos a que me durmiera para comerme vivo… manga de cobardes. La luz de la vela junto a la cama apenas si iluminaba, el conventillo en el que me estaba alojando era tan atrasado que aún no contaba con un sistema moderno de iluminación… en fin, era normal que todo me pareciera sucio luego de haber sido un valdiviano de papeleo en la milicia.
Era 1950 y ya había desperdiciado mis mejores años metido entre montañas infinitas de cartas y hojas miserables, de gente miserable y una vida miserable; sin embargo, no me di cuenta del derroche hasta que mi juventud se me escapó y diera paso a la jubilación. Sí, hace un par de meses cumplí los repudiados cuarenta años, y es que yo en ningún momento pensé que terminaría aquí, durmiendo en un recoveco sarnoso alejado de la mano de Dios, que a la vez representaba la mayor aventura que había vivido en la vida, de haberlo sabido… habría recibido con más ánimo la fecha.
A la mañana siguiente le pagué a la vieja gorda lo que le debía por la noche y reanudé mi viaje. Salir y sentir el aire fresco me ayudó a olvidar el nauseabundo olor del conventillo y sentir bajo mis piernas la fibrosa contextura muscular de mi equino me recordaba con cada estocada lo vivo que estaba. El animal me había costado un cuarto de mis ahorros, pero valió la pena, para la indefinida trayectoria que debía recorrer no me servía un jamelgo cualquiera de poca monta. Y ya le había agarrado cariño al gran bicho este, luego de casi dos meses de experiencias juntos, lo consideraba un gran amigo y compañero.
Nos pasamos la mañana entera recorriendo un sendero desconocido, que nos conducía hacia un paisaje cada vez más verde. A eso de las doce decidí parar para comer algo de queso, pan y cerveza que traía en la mochila de provisiones, mientras Negro —como nunca fui muy creativo, simplemente lo nombré por su color oscuro— pastaba y bebía agua de las grandes pozas a orillas del camino.
Comí lo suficiente hasta sentirme saciado, mas guardé el resto, pues mi nueva doctrina era tener una vida sin mayores lujos y así alargar lo más posible el viaje. Até a Negro a un árbol, y bajo la copa del mismo me apoyé para tomar una agradable siestecita.
No sé exactamente cuántas horas habré dormido, pero incluso, no me hubiera despertado de no ser por el ronco vozarrón que llamó mi atención.
— ¡Eh! Hijo despierta, que si sigues ahí te me agarrarás un resfriao de los mil demonios.
Con pereza abrí un ojo, y vi ante mí a un enorme hombre de sesenta años vestido de poncho, sombrero y espuelas, cuya silueta se veía ennegrecida por la oscuridad que nos rodeaba. Era de noche, lloviendo y yo me había rajado durmiendo todo el día.
— ¿Ah?— pronuncié como un idiota, sintiendo un desagradable sabor a seco en la boca.
— Pues vaya, parece que el agua ya se te ha filtrao por el cerebelo. Vamos agarra a tu caballo y sígueme. Supongo que no tienes onde pasar la noche, ¿verda?
Como pude negué con la cabeza y lo último que recuerdo es haberme quedado dormido de nuevo montando a Negro.
Desperté aseado —quién sabe cómo—, en una gran cama de rico y con una bandeja de plata repleta de manjares sobre el regazo. Tan sólo mirarla me recordaba lo hambriento que me hallaba, por lo que me arrojé como una bestia a devorar los alimentos. Una risita sonó a mi derecha, lo que me hizo caer en la cuenta de que no me hallaba solo en la amplia y bonita alcoba. Dos jovencitas me miraban desde la esquina, una llevaba un uniforme oscuro que revelaba su condición de inquilina —en ese instante supe porqué había despertado limpio— y la otra un vestido hasta debajo de la rodilla que dejaba entrever unas pantorrillas torneadas y bonitas. Al parecer la de la risa había sido la del vestido.
Me limpié con la manga del chaleco un poco de mermelada que tenía en los labios y carraspeé antes de hablar.
—Señoritas…—saludé.
— Gloria, y esta de aquí es Siomara— la aludida hizo un gesto con la cabeza.
—Belarmino Martínez, encantado. Señorita Gloria, ¿sería tan amable usted de decirme en dónde me encuentro?
Ella ladeó la cabeza en un ademán que intentaba ser inocente pero que no ocultaba su salvajismo de veinteañera.
—En Lago Ranco pos mi señor…
Y así dio inicio una nueva etapa dentro de mi viaje. Durante mi estadía con la familia de Gloria, que duró alrededor de tres meses, los Machmar, me enteré de que eran dueños de grandes cantidades de tierra y que exportaban diversos víveres a lo largo del país; supe entender al hospitalario carácter del señor Machmar, y también conocí a las otras dos hermanas de Gloria: Carmen y Ema.
Esta última era una frágil y bella muchachita de apenas diecinueve años, que no conocía las crueldades del mundo y que era capaz de admirar la hermosura de lo sencillo y natural.
Un día la pillé acariciando a Negro en el establo, le susurraba cosas al oído y luego sonreía dulcemente. En ese momento se me antojó la criatura más perfecta con su largo cabello almendra cayéndole libremente sobre la espalda. Me acerqué sigilosamente.
— ¿Cómo se llama?— la pregunta me tomó desprevenido. Hasta el momento no se me había ocurrido que ella hubiera notado mi presencia, por lo que me digné a responder un tanto azorado.
—No soy muy bueno con eso de los nombres, así que simplemente le digo Negro…
—Negro… es un nombre muy impersonal, ¿no le parece? Que tal… Noche, me parece más bonito.
La verdad era que se me hacía un nombre medio mujercita, pero por lo embelesado que me hallaba simplemente asentí. La chica me producía una extraña sensación de tibieza y calma, era una pasión tierna, no como la excitación que me provocaba el cuerpo y gestos de su hermana Gloria. Era un sentimiento más genuino… más puro.
Debí de habérmela quedado mirando fijamente, porque sin previo aviso sus mejillas se tiñeron de limpio escarlata, dejándome a mí aún más aturdido. Con torpeza pedí perdón y me retiré, no sabía qué me estaba sucediendo.
Esa noche el señor Machmar me invitó a tomar un buen vino en el comedor. Conversamos de cosas sin importancia, hasta que él me miró de una forma extraña —había bebido algo más de la cuenta— y mandó a llamar a Carmen, Gloria y Ema.
—Toma, soy viejo y con tres bellas hijas que no podré cuidar por siempre. Eres un buen chico y me agradas, elige a una y cásate. Yo les daré una casa y un terreno tan grande que podrán abastecerse hasta inflarse como cerdos.
Por un momento me sentí desorientado. Lo miré a él y luego… la miré a ella. Ema no me sostuvo la mirada; la expresión de su rostro, por alguna razón, hizo que me entraran ganas de irme y no volver, como una puñalada al corazón.
Con una excusa que ni recuerdo pidió disculpas y se retiró a su alcoba. Y en mi cabeza sólo retumbaba el desesperanzador sonido de sus pies golpeando las escalas.
—Bueno chico, parece que tus opciones se reducen a Carmen y Gloria.
Gloria… definitivamente una buena chica. Hermosa a más no poder, sabía que a su lado no sería infeliz, posiblemente tendríamos muchos hijos, quizá más de los deseados, pero yo no la amaba… no, mi felicidad no se hallaba en la estancia…
Me levanté con brusquedad. El ardiente vino fluía en mí y me daba una valentía que no poseía. Me pareció escuchar la voz del señor Machmar exclamando, pero yo no oía, sólo una cosa ocupaba mi mente.
Entré sin previo aviso, y me la encontré llorando en la cama. No sé que cara habré tenido, pero ella pareció asustarse. Estaba dispuesto a irme, realmente no sabía qué hacía exactamente yo ahí.
Pero me detuvo… me frenó con su pequeña y delicada manita.
—No me malentienda, yo no quiero que se vaya, es sólo que cada vez que estoy con usted, apenas si puedo pensar. Y realmente no sé si esto…
Como ya dije, el vino me daba valor. Sin dejarla acabar, levanté su mentón con paternal cuidado, y como un ladrón le hurté su primer beso… fue como besar a una roca, pero eso no importaba, pronto la cosa iría mejorando. Ella enlazó tímidamente sus brazos alrededor de mi cuello… el resto es historia.
En una noche sin luna morí y resucitó un hombre diferente, un hombre que sabría enamorar a la mujer que amaba, un hombre dispuesto a trabajar duro, un hombre con otra oportunidad… un hombre con un nuevo comienzo.