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Oscuro, sólo oscuro, y gritos, gritos de dolor.
La niña despierta, se tapa los oídos: no quiere escuchar.
¡Callen, callen!
Las mismas voces de siempre retumban en su mente, esas exclamaciones con tintes demoniacos que ni una sola noche la dejan dormir.
¡Callen, callen!
Y los ruidos cesan.
La oscuridad la ha hecho prisionera, cautiva en una asfixiante jaula de angustia. Quiere salir. Levanta una manita en busca del camino, pero sus dedos solo encuentran el frío parquet del piso. No comprende ¿dónde se encuentra? Continúa avanzando a gatas, y tropieza con un calcetín olvidado, ¿Qué hace eso ahí? sigue y sus piernas se llenan de algo que la hace estornudar, ¿polvo, quizá? La desesperación comienza a seducirla y pronto termina derramando negras lágrimas como la oscuridad que la rodea.
¿Lucy?
Lucy, los tiernos brazos que siempre le han brindado abrigo, en donde encontró la certeza de un hogar, ahora la ha perdido y teme por no volver a encontrarla jamás. Intenta evocar su imagen, mas con pánico se da cuenta de que su memoria se ha vuelto una página en blanco, de que no recuerda más que esbozos grises de su historia.
No comprende nada, pero en un último intento, avanza diez pasos y se encuentra frente a una especie de tela, como una cortina que le bloquea el paso. Se seca las lágrimas y deja de llorar, decide salir de la prisión empujando la cortina. Cuan grande es su sorpresa al verse en una habitación, la habitación de Lucy.
Resulta que en todo este tiempo había estado perdida debajo de la cama, pero es entendible, con Lucy jamás se había atrevido a visitar al oscuro laberinto del Cuco antes. Sonríe ante la idea de contárselo después.
Se acerca a la puerta para salir, pero antes se topa con el espejo que cuelga de ella. Ahoga un gritito de horror: su vestidito rojo está gastado, como si durante años nadie se hubiera preocupado de él, el rostro pálido está sucio, enmarcado por una maraña de pelo nada que ver con las trencitas que junto a Lucy habían armado el día anterior… y le falta un ojo, cuya ausencia ha dejado un hueco frío y profundo que ahora se inunda en una lluvia de amargura.
Asustada gira en torno a sí, tratando de ubicar algo conocido, algo a lo cual aferrarse, pero no… eso es imposible. Pedazos de vidrio, mugre, y vacío es lo único que encuentra, y no comprende cómo no lo hubo visto antes. Se deja caer sobre el piso y con las manos se agarra de los cabellos con locura, el torbellino de imágenes que la asaltan de repente la marean, le provocan un horripilante dolor de cabeza… Negrura otra vez.
Abre el ojo y todo concuerda, ya comprende. Todas las imágenes mezcladas en su cabecita terminan para dar paso a una secuencia ordenada: un recuerdo.
¡NO, NO!
Se ve a sí misma jugando como todas las tardes junto a Lucy, a una fiesta de té parece. Lucy la toma en brazos y la acuna. Le encanta ver su infantil sonrisa de dientes chuecos.
Toda la felicidad acaba con el regreso de los demonios.
¡Callen, callen!
La niña la aprieta contra su pecho: tiene miedo. Le susurra algo en el oído, “escondámonos” y eso parece tan lejano ya.
Apresuradamente se esconden bajo de la cama, obviando por primera vez la aversión que sienten hacia el monstruo de las noches. La puerta se abre con estruendo y de ella entran los demonios.
¡Déjala! Grita ella.
¿¡Dónde está!? Vocifera él.
Tranquila, Sophie, pronto se irán. No llores. Le dice Lucy, cuando es ella quien llora.
¡Aquí estás! Exclama el demonio, tirando de las piernas de la niña que deja olvidada a su muñeca…
¡Déjala! Repite ella.
Oscuro, sólo oscuro, y gritos, gritos de dolor.
La muñeca despierta, se tapa los oídos: no quiere escuchar.
¡Callen, callen!
Lucy gime, las ásperas manos del hombre le provocan daño, forcejea para soltarse, pero el gigante es más fuerte… suena el golpe final. Lucy se calla.
¿¡Qué has hecho!? Se escucha decir a la madre.
Con esto aprenderás, aúlla el padre.
Luego el recuerdo acaba, el sueño ha vencido a la muñeca.
Ella se endereza con el rostro sombrío. Sabe que Lucy no regresará jamás, que esa sentencia se dictó cuando exhaló su último respiro, pero por si acaso, ella la esperará en el último lugar de su memoria, en el final de su infancia.
Así la lleva esperando sin darse cuenta del paso del tiempo. Los demonios no han vuelto y el silencio se ha hecho con la casa.
Una gota resbala silenciosa por su carita sucia y acaba como rocío en el piso mugriento.
Lucy, ¿volverás?