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Ceremonia de La Rosa
Parte I

Un espeso aroma de perfume dulzón hostigaba el aire de la Sala de la Belleza, en donde treinta jovencitas de edades similares pululaban como palomitas multicolores de aquí para allá luciendo sus más hermosos vestidos: los que guardaban para las ocasiones importantes.
Y es que ese día acababa de arribar a puerto el hijo de uno de los tres Señores del Triunvirato de las Tierras del Norte, mas no era secreto que la razón de su llegada a Laguna Verde no era otra que buscar esposa en el Casa para Señoritas D'Liah.
D'Liah funcionaba en teoría como cualquier otro orfanato para jóvenes: acogía en su alero a niñas huérfanas y se les asignaban un esposo cumplidos los dieciséis años, el cual debía pagar a los dueños la suma de dinero estándar que variaba dependiendo del orfanato; sin embargo, su modus operandi era distinto. En lugar de que los dueños de la Casa unieran bajo su criterio a la pareja, era el mismo solicitante quien podía escoger a su prometida en la llamada Ceremonia de la Rosa. Esta se realizaba cada vez que aparecía un pretendiente con el bolsillo lo suficientemente lleno como para costearse los altos precios de las Casas para Señoritas. Aquel costo era el reflejo de todos los años de enseñanza invertidos en el tema específico de cada Casa, puesto que desde los primeros años instruían a sus jovencitas en la materia. La Casa del Triunvirato de las Tierras del Sur preparaba a sus muchachas en danza y canto; las del Triunvirato del Este eran maravillas respecto a la cocina y las de la isla del Oeste eran famosas por manejar todo tipo de instrumentos musicales, mientras que la Casa para Señoritas D'Liah, el orfanato femenino de las Tierras del Norte, no se centralizaba en nada, sino que enseñaba a sus muchachas nociones básicas de diferentes materias.
En la Sala de la Belleza se podía sentir un bullicio estruendoso de voces y pasos apurados de féminas que buscaban frenéticamente algún accesorio que les combinara con el vestido para así lucir más hermosas; esto sucedía siempre en la media hora que precedía a cada Ceremonia de la Rosa, cuando las chicas defendían con uñas y dientes el derecho a verse más bellas. La alcoba se había convertido en un mar neblinoso de telas de colores infinitos y polvos cosméticos, lo cual le confería a la escena un aire surreal.
En medio de todo ese ruido y alboroto, parada en el centro de la estancia, se hallaba una mujer de piel morena y cabellos oscuros que observaba con ansia la puerta de acceso a la alcoba.
-¿Iris y Claire aún no aparecen?
-Me parece que no, Kendra. No las he visto hacía bastante rato- respondió una joven deteniendo su andar presuroso.
-Gracias señorita.
Kendra se dejó caer nerviosa sobre un asiento cercano, preguntándose sobre el incierto paradero de las dos muchachas.
§

-Oye... ¿Puedes ver algo?
-Claro que no. Es más, creo que tu pie está en mi cara...
Una fina capa de moho se expandía en la mayor parte de la pared de ladrillos rojos, lo que causaba que el agarre fuera extremadamente difícil para Iris, sin mencionar el hecho de que el estar sobre los hombros de Claire era tan seguro y firme como estar parado sobre una silla coja.
-A todo esto ¿Por qué debo ir yo abajo? No soy alta como tú...
Una riada de rancio aroma a suciedad marina llegó junto con la explosión de una ola sobre el casco del barco que se hallaba atado en el muelle. Esa mañana el pequeño y feo puerto se había visto poblado como nunca de ostentosos y enormes barcos que portaban en sus mástiles la bandera con el sello del Triunvirato del Norte: la flecha apuntando hacia arriba, tejida en filigrana dorada sobre una tela de franjas azules y blancas.
Uno de los barcos, el más grande y lujoso y el que portaba la bandera más vistosa, había sido el último en anclar. De él salieron veinte hombres armados con escudos y lanzas, seguidos de otros tantos de apariencia encopetada.
Tanto era el gentío que las muchachas no podían distinguir cuál de todos aquellos estirados personajes sería el supuesto joven Triunviro que iría dentro de poco a D'Liah.
-¿Iris? Ya estoy cansada.
-Aguanta un poco más... Creo que puedo verlo- respondió la chica concentrando su mirada en un hombre bajito y regordete de ojos altivos que ayudaba a bajar del navío a alguien que parecía ser un joven bien vestido.
Justo en el instante en que la cabeza del joven quedaba a la vista de Iris, se escuchó un débil quejido y los brazos de Claire perdieron total fuerza, logrando que ambas muchachas cayeran como rocas sobre el húmedo suelo.
-¡Maldición!- bramó Iris en voz baja.
-Lo siento. Yo...
-No es tu culpa- interrumpió a su amiga cortándola con un gesto de la mano-. Sólo espero que no nos hayan escuchado.
Con lentitud asomó la cabeza entre unas cajas mugrientas con olor a excremento de gaviota y escupitajos de marineros, al tiempo justo para observar cómo el hombre de mirada desagradable y unos cuantos soldados dirigían la vista hacia ella, pero sin llegar a verla gracias a la tapia semidestruída que se interponía entre ellos.
Cuando parecía que el sonido no había despertado su curiosidad, Iris y Claire escucharon de pronto unos pasos acercándose hacia ellas. Nerviosas contuvieron la respiración, y se arrimaron todo lo que pudieron entre las cajas y la pared, ignorando la húmeda y pegajosa textura de esta.
-Iris...-susurró Claire con los ojos brillantes y un temblor en la voz que delataba su miedo.
Iris le apretó la mano para infundirle ánimos e hizo un gesto para que no hiciera ningún ruido.
Los pasos sonaban ahora prácticamente sobre sus cabezas, por lo que las muchachas ya daban por sentado que no saldrían de allí sin ser vistas.
-Lakshat... mi querido Lakshat. No te preocupes por pequeñeces, que tan sólo debió ser una rata traviesa.
-No mi Señor. Me parece que...
-¡Ya deja tranquila a esa rata y vuelve que sino llegamos tarde!
Aunque el volumen de la voz del que supusieron era el joven Triunviro había sonado demasiado fuerte, Iris casi podía imaginarse su sonrisa al momento de decirlo.
-Como ordene mi Señor- por el timbre de la voz Iris pudo reconocer al hombre regordete de antes.
Y así de fácil los pasos se alejaron como vinieron, y ambas muchachas pudieron respirar tranquilas nuevamente.
-Iris, eso estuvo DEMASIADO cerca. No vuelvas a arrastrarme en tus aventuras otra vez.
-Parece simpático, ¿no crees?- preguntó Iris pensativa, ignorando por completo la queja de su compañera.
-¿Quién?- dijo Claire molesta por la poca importancia que Iris le daba al asunto.
-El Triunviro...
-Futuro Triunviro querrás decir- corrigió esta-. La verdad que no me interesa en absoluto si es simpático o no. No quiero que nos escojan...- continuó bajando los ojos hasta sus zapatos, que presentaban un desagradable aspecto marrón por un charco de agua sucia que había pisado hacía rato.
Iris observó a su amiga con ternura. Era verdad que desde siempre habían estado juntas, a lo que Claire se había mostrado especialmente dependiente de ella desde los primeros años, pero ambas debían aceptar que algún día serían elegidas y por lo tanto enviadas a cualquier punto de las Cuatro Tierras.
-Vamos... Mírate, estamos echa un asco. Así que realmente dudo que el Triunviro se interese por alguna de las dos- exclamó Iris levantando el rostro de Claire con su mano-. De cualquier modo, debemos darnos prisa, la Ceremonia empieza en cuarenta minutos.
Previniendo un nuevo ataque de quejas por parte de Claire, Iris echó a correr entre risitas juguetonas y saltitos en dirección a D'Liah.

§

Las treinta chicas ya estaban listas para salir, formadas en una fila ordenada por edad de mayor a menor; todas completamente ansiosas revisando de reojo su figura en los espejos.
Kendra se pasó la mano por la cara, nerviosa. Faltaban treinta minutos y a Margareth D'Liah -esposa del difunto señor D'Liah, dueño de la Casa- no le haría ninguna gracia la repentina desaparición de Iris y Claire. Como si el destino quisiera gastarle una mala broma, Margareth entró de pronto en la alcoba con sus pasos aireados y su pomposo vestido para la ocasión.
-Kendra- llamó Margareth con un deje de preocupación en la voz- ¿dónde se encuentran Iris y Claire?
Lo mismo me pregunto yo, mi señora pensó la aludida, mas no lo dijo.
-Pues verá... Ellas se encuentran en... Las vi...- realmente no sabía que decir. Para suerte suya, Margareth se encontraba a espaldas de la puerta de ingreso a la Sala de la Belleza, porque justamente en ese instante entraron las dos tan buscadas chicas. Y vaya qué aspecto traían... El cabello les colgaba totalmente enmarañado y asqueroso, además las ropas estaban empapadas y presentaban un color enturbiado por la suciedad. Iris le hizo un gesto con las manos suplicándole que no las delatara, al tiempo que ambas se metían detrás de una cómoda.
-Eh... Fueron al baño, mi señora. Pero no se preocupe, no tardarán en volver ¿Desea que les entregue algún mensaje?
-Bueno, no. Sólo que estén listas a tiempo- tras decir esto, la mujer abandonó la habitación, sin siquiera percatarse de la llegada de las dos inmundas fugitivas.
Iris fue la primera en salir del escondrijo, seguida de cerca por la tímida Claire que parecía verdaderamente arrepentida.
-¡¿Dónde diablos estuvieron metidas?! Esta es la última vez que las encubro, muchachas- espetó Kendra de mala gana.
-Fuimos al puerto porque queríamos observar cómo desembarcaba el Triunviro- respondió Iris fingiendo una voz inocente y una mirada angelical que contrastaba con su aspecto maloliente.
-¿Y no podían esperarse hasta la Ceremonia?- continuó Kendra frunciendo el ceño y dirigiéndoles una severa mirada a ambas-. En fin no hay tiempo, vayan a meterse que aún hay una tinaja con agua. Luego vengan ¡No sé como me las arreglaré para dejarlas presentables!
Antes de salir trotando, Iris le dio un beso en la mejilla a Kendra que hizo un ademán de querer alejarse. A pesar de su personalidad madura, Kendra era tan sólo un poco mayor que Iris y Claire, pero había pasado toda una vida trabajando como criada, por lo que estaba demasiado acostumbrada a que todo tuviera que salir bien, lo cual era difícil con la impulsiva personalidad de Iris.
Sonrió mientras observaba a las dos jóvenes doblar por el pasillo que llevaba a la sección de tinas de la Sala de la Belleza, y luego instó a las demás treinta muchachas a quedarse tranquilas pues se habían alborotado divertidas observando otra travesura de las dos compañeras.

§

La sección de tinajas olía a sales minerales, aceites y perfumes para baño; también había demasiado vapor en el aire que salía de las grandes tinas de madera que ahora se encontraban vacías, a excepción de una. Rápidamente las dos amigas se desvistieron, dejando los inutilizables vestidos en el suelo, y se zambulleron en la tinaja, sintiendo con placer cómo la suciedad abandonaba sus cuerpos para dejarlas bonitas otra vez.
Cuando hubieron lavado su cabello, salieron del agua y envolvieron sus cuerpos en una toalla, percatándose del aroma a flores que se desprendía de ellas ahora. Juntas se dirigieron a la sección de vestuario, en donde Kendra las esperaba con un par de vestidos en cada mano.
-Como no hay tiempo, se pondrán lo que yo elegí... sin chistar- agregó mirando a Iris.
-De todas formas no pensaba hacerlo- respondió esta encogiéndose de hombros.
-Bien... Porque te hubiera golpeado, ahora vístanse- dijo la mujer de cabellos oscuros a la par que le extendía un vestido verde hoja a Iris y uno color miel a Claire-. No hay nada que hacer con sus cabellos... Tan sólo ruego porque dejen de gotear cuando llegue su turno.
En realidad había tiempo suficiente para que se les secara el cabello, pues además de los veinte minutos que quedaban para que comenzara la Ceremonia de la Rosa, se les debía agregar el tiempo de las treinta chicas que debían pasar antes de ellas, ya que Iris y Claire eran las menores y aquel era su primer año participando en la Ceremonia, por lo tanto sus lugares respectivos en la fila eran los últimos.
Kendra peinó primero a Claire, a petición de Iris, haciéndole un complicado trenzado que recogió con alfileres que terminaban en brillantes flores de color celeste; mientras que a Iris le hizo un tomate semirrecogido con mechones que caían sobre sus hombros en forma de cascada, coronando el peinado con un pinche vistoso de una rosa azul.
Con la ayuda de otra criada, aplicaron delineador de ojos, polvos y pintalabios a las dos chicas, mas no había demasiado tiempo para maquillarlas lo suficiente como a las demás jóvenes, por lo que el aspecto con el que terminaron era más bien natural y elegante.
-Claire estás hermosa- felicitó Iris, provocando que su amiga se azorara-. Vaya Kendra, dijiste que no había tiempo, pero elegiste los vestidos en función de mis ojos y del cabello de Claire.
-El que no haya tiempo no significa que deba hacer mal las cosas- respondió la aludida con indiferencia.
En un espejo de cuerpo entero Iris se fijó en su aspecto. Ahora que toda la mugre había desaparecido era capaz de atisbar la pálida piel que Kendra no había alcanzado a colorear, los ojos del mismo color que el vestido, y su cabello peinado parecía una larga cascada de tirabuzones rojos. El vestido de Claire hacía resaltar aún más su bonita melena rubia y sus ojos pardos, haciéndola lucir resplandeciente, como una pequeña gota de oro puro.
-Dime, Kendra ¿Hubiera sido demasiado osado usar un vestido negro?
Con pasos rápidos se dirigieron a la entrada del Salón de la Rosa, tratando de no pisarse la falda del vestido con esos complicados zapatos de tacón alto.
La puerta del Salón era inmensa, toda rodeada de rosas azules formando una especie de arco. Cada año tocaba un color diferente, y aquel año había sido el azul, por lo que la decoración era mayoritariamente de rosas de ese color.
Empujaron las puertas que se abrieron en silencio, tras ellas pudieron ver el largo telón que tapaba el área en donde se encontraban las tres chicas que aún no pasaban. Sin hacer ruido se colocaron en posición a esperar tranquilas su turno.
-Estoy nerviosa Iris- dijo Claire jugueteando con el anillo que rodeaba uno de sus finos dedos.
-¿De qué? Si nos eligen no será para nada malo. Es un Triunviro y parece ser bastante agradable, nada que ver con los de las Tierras del Sur- en realidad ella estaba igualmente ansiosa, pero le restó importancia para no asustar más a su amiga.
-¿Cómo puedes saberlo? Sólo lo escuchaste hablar una vez...
-Y por eso, porque le escuché hablar, puedo asegurarte que es una buena persona- prosiguió dirigiéndole una resplandeciente sonrisa que pareció aplacar los nervios de la rubia.
La última muchacha antes de Claire acababa de salir del telón para dirigirse al centro de la alcoba. Justo en ese instante la señora D'Liah se les acercó por detrás.
-Claire ¿Estás lista?- preguntó tomando la mano de la chica.
-S...sí- sin embargo, un leve tartamudeó contradijo su respuesta.
La señora D'Liah siempre se mostraba atenta con la joven rubia, bastante diferente a como era con las demás jóvenes de la Casa, aunque a nadie le sorprendía, pues Claire era la hija verdadera de Margareth, a pesar de poseer un carácter retraído y suave que difería con la petulante actitud de su madre.
Había llegado el turno de Claire. Iris la acompañó hasta el límite del telón infundiéndole ánimos y luego le soltó para que se dirigiera al centro. Se ubicó en una parte escondida para poder espiar sin ser vista, y observó cómo Claire caminaba parsimoniosamente hacia el joven Triunviro.
Todas las Ceremonias de la Rosa eran iguales, el pretendiente se ubicaba en una silla tan ostentosa que parecía ser un trono en el medio del Salón, y una a una las jóvenes salían de detrás del telón y avanzaban hacia él para saludarle extendiéndole una mano. Luego las chicas debían ubicarse a los costados formando una especie de camino por el que transitaban las demás que vivían su turno. Al final, cuando la última muchacha desfilaba, el hombre recorría el sendero conformado por mujeres y anunciaba su elección arrodillándose frente a la joven y colocándole en la muñeca una pulsera con una rosa del color respectivo al año.
Iris conocía cada etapa de la Ceremonia de memoria, pues desde pequeña la habían instruido sobre el tema mas este era el primer año en que realmente ponía en práctica sus conocimientos.
-Iris es tu turno- susurró Kendra mientras la cogía por el brazo.
Al cruzar el telón, una avalancha de luz la golpeó de lleno en el rostro. El Salón de la Rosa era un cuarto demasiado grande con enormes ventanales, y se hallaba finamente decorado por rosas de todos los tamaños y diferentes tonalidades de azul que desprendían una suave fragancia floral.
El joven Triunviro estaba sentado en el trono de la Ceremonia, y a Iris le hizo gracia la expresión de su rostro pues se le notaba incómodo luego de casi una hora sentado en una silla que en realidad era hermosa, pero dura como roca al estar echa de mármol.
Avanzó por el sendero flanqueado por sus demás compañeras, y al pasar frente a Claire sintió que esta le apretaba el brazo en señal de ánimo.
Cuando prácticamente estaba frente al joven Triunviro, Iris se fijó en el hombre que se encontraba a su derecha: era el mismo cuya mirada le había desagradado en el puerto; además tras el trono habían diez guardias armados listos para atacar si surgía alguna clase de conflicto, lo que la intimidó un poco.
Finalmente clavó su mirada en la persona frente suya, casi olvidándose de la Ceremonia. Este alargó sus dedos hacia ella e Iris le aceptó sintiendo el contacto cálido de sus labios sobre la propia piel de su mano.
El joven Triunviro tenía unos ojos azules que chispeaban alegría, como los de un niño emocionado, y un cabello rubio ceniza delicadamente peinado enmarcaba su rostro delgado. A Iris le pareció bastante atractivo, y pensó que, bajo otras circunstancias, podrían haber llegado a ser amigos.
Luego desfiló hacia uno de los costados, parándose frente a Claire.
-¡Realmente es una difícil decisión teniendo en cuenta que todas son hermosas!- exclamó el joven Triunviro colocándose de pie y provocando risitas nerviosas-, pero hoy he venido aquí a escoger a una de las treinta y dos- continuó avanzando por entre las chicas.
Iris observó desde su posición al hombre acercándose. Hubo un momento en que terminó de recorrer el costado derecho -ella estaba en el izquierdo- y se paró frente a una de las muchachas, que resultó ser nada más ni menos que la pequeña Claire.
-Tu me pareces demasiado adorable- dijo en voz baja tocando el mentón de la chica y haciendo que sus mejillas se encendieran, sin embargo, contra todo pronóstico la soltó y comenzó a recorrer el flanco izquierdo.
Cuán grande fue su sorpresa al ver que el Triunviro se detenía nuevamente, ¡Pero esta vez frente a ella!
-Y tú me pareces ciertamente interesante. Por cierto, mi nombre es Caleb- se presentó anclando una rodilla en el suelo y deslizando la rosa por la muñeca de Iris.
Exclamaciones de sorpresa y risitas por la desencajada expresión de la pelirroja llenaron el Salón. Claire observó alarmada a su amiga que se había quedado como petrificada ante lo ocurrido.
Era verdad que le había hecho ver a Claire que el asunto no le interesaba, pero eso estaba lejos de ser cierto. Jamás se le hubiera pasado por la cabeza que ella podría salir elegida, por lo que no le había dado muchas vueltas al asunto, sin embargo ahora era diferente. En ese instante se dio cuenta de que no le importaba si Caleb era o no simpático: le odiaba por haberla escogido.
La inexistente respuesta por parte de Iris fue tomada como muda emoción a perspectiva de Caleb, lo que sirvió únicamente para animarlo aún más. Se levantó del suelo y elevó una de las manos de la chica -la de la rosa- carcajeándose de alegría, lo que provocó una lluvia de aplausos y vítores entre los presentes.

§

Y MUY PRONTO... EL PRIMER CAPÍTULO DE
"NO TODOS LOS ÁNGELES VUELAN" :DDDD

Me emociona poder decir eso xD siento que esta vez terminaré algo jajaja

Bueno, hoy es Navidad, lindas fechas eh? Realmente me emocionaba cuando empezaba el mes de diciembre... y no negaré que un 90% de esa emoción eran los regalos y el otro 10% que el año escolar tocaba fin jajaja
Como muchos saben este año ha sido diferente para mí porque no me encuentro en mi casita, ni en mi país, ni siquiera con mis parientes cercanos, eso me hizo darme cuenta de que esta festividad no sólo la disfrutaba por tener que rasgar papeles o amanecerme, pues aquí también recibí regalos,sino que falta un factor súper importante para poder difrutar al 100%: Mi familia.
Extraño exasperarme cada vez que mis hermanos preguntaban que cuánto faltaba para las doce, o ponerme a mirar tele ociosa con mi papá y decir de repente "Oh! ya son las docee!"
Falta la calidez que se siente en mi casita este día, cuando todos estamos como hipnotizados mirando brillar las luces y escuchando las melodías navideñas... (me gustaría también poder decir que me hace falta ese aroma a galletitas recién horneadas, pero en mi casa no hacen galletas en Navidad jajaja) En fin, supongo que cuando vuelva, tendrán que hacerme una Navidad personal jajaja
Uff, bueno, Les deseo unas felices fiestas a toodos! Disfruten con sus familias en este día tan especial: Abracen a sus papis y denles un sonoro besito en la mejilla al despertar en la mañana, jueguen con sus hermanitos y haganles cosquillas en la tripita, y toquenle la puerta a sus hermanos mayores y pasen un rato con ellos. Hagan que esta Navidad sea un día de paz y amor por todos lados :D
Bueno, aquí cuelgo el prólogo de una historia que abandoné hacía tiempo y que dije en su momento continuaría... en fin... aquí está -Se aceptan críticas-
Prólogo

Mis pulmones… no puedo… respirar

La intensidad del fuego sólo era equiparable a la de la luna, cuyo esplendor competía con las crecientes llamas anaranjadas. El cielo era un surco negro y profundo, manchado por estelas de grisáceas y espesas nubes de humo.
El paisaje, que ya de por sí era tétrico, presentaba ahora una atmósfera que presagiaba muerte y destrucción. Las llamas se extendían rápidamente hacia los alrededores, alimentándose de la hierba que alfombraba la tierra, y trepando hacia los árboles que atestiguaban la escena.
Unos gritos resonaron por todo el bosque, eran gritos que suplicaban piedad a oídos sordos, eran los gritos de una mujer despechada… eran los gritos de un alma agonizante.
Elizabeth sabía que sus súplicas de nada servirían, pues el final ya estaba cerca. Las tres estocadas en el estómago habían provocado una seria hemorragia que había transformado su vestido de blanco a escarlata; por no hablar de las llamas que pronto devorarían su cuerpo… Con unas últimas fuerzas levantó sus manos para desatar la venda que ennegrecía su vista, era la primera vez en quince años que se le permitía observar libremente al mundo, paradójicamente su vida terminaba en ese instante.
El hombre encapuchado que la observaba sonrió maliciosamente, aspirando con placidez el olor a sangre, como si del más delicioso aroma se tratara. Elizabeth observó por vez primera el rostro del individuo a la cual ella había entregado su corazón, pero sus ojos ya no reflejaban amor, sino que su mirada solo era capaz de destilar odio hacia tan vil persona.
Por un instante el hombre sintió pavor ante la mirada de la joven, pero al notar que nada pasaba, que nada lo castigaba por su crimen, su sonrisa se ensanchó… el ritual estaba funcionando. Extasiado por un insólito sentimiento, adelantó tres pasos hacia el fuego: nada sucedía. Sus risas se elevaron hacia el cielo como el negro humo ascendía hacia la luna, ya no sentía miedo, ya nada podría detenerlo.
Se internó completamente en las llamas, casi sin sentir las que quemaban su capa. El cuerpo de Elizabeth yacía ahora inmóvil, su respiración era casi imperceptible… sin embargo aún estaba viva, de hecho, de uno de sus ojos corría una solitaria lágrima que se evaporó antes de alcanzar el suelo. El hombre se detuvo frente al cuerpo, y pareció dudar unos instantes. Su mano se alzó y como un proyectil aterrizó en la herida abierta del vientre de la joven. Esta emitió un chillido agónico junto a un espasmo de dolor.
El verdugo mostró los dientes y hundió aún más su brazo en las entrañas de la muchacha. Al sacar la mano ésta chorreaba del escarlata fluido, y con sus dedos comenzó a trazar un círculo alrededor del cuerpo de Elizabeth; en torno a este apareció una luz amarilla que extinguió por completo el fuego de alrededor y que no duró más de treinta segundos. La oscuridad y el silencio se habían hecho nuevamente con el bosque.
-Buenas noches mi amor…- murmuró el hombre a la par que estampaba un beso en la frente de la joven y se alejaba tronando una inhumana risotada.
Elizabeth le observó marchar, sintiéndose con cada paso todavía más traicionada; pero ya no importaba. El dolor se había desvanecido y una sensación de frío se había apoderado de su cuerpo, lo que contrastaba con la visión de sus propias entrañas emergiendo hacia el exterior. Cerró los ojos una vez más, pensando en lo hermoso que era el mundo realmente y lo mucho que le gustaría que su alma se volviera una con el alma de la Tierra.
Lejos, cien aves emprendieron vuelo, llorando con cada aletear la innecesaria muerte de otro inocente.

YO NO QUIERO
...REVENTAR LA BURBUJA

Oscuro, sólo oscuro, y gritos, gritos de dolor.
La niña despierta, se tapa los oídos: no quiere escuchar.
¡Callen, callen!
Las mismas voces de siempre retumban en su mente, esas exclamaciones con tintes demoniacos que ni una sola noche la dejan dormir.
¡Callen, callen!
Y los ruidos cesan.
La oscuridad la ha hecho prisionera, cautiva en una asfixiante jaula de angustia. Quiere salir. Levanta una manita en busca del camino, pero sus dedos solo encuentran el frío parquet del piso. No comprende ¿dónde se encuentra? Continúa avanzando a gatas, y tropieza con un calcetín olvidado, ¿Qué hace eso ahí? sigue y sus piernas se llenan de algo que la hace estornudar, ¿polvo, quizá? La desesperación comienza a seducirla y pronto termina derramando negras lágrimas como la oscuridad que la rodea.
¿Lucy?
Lucy, los tiernos brazos que siempre le han brindado abrigo, en donde encontró la certeza de un hogar, ahora la ha perdido y teme por no volver a encontrarla jamás. Intenta evocar su imagen, mas con pánico se da cuenta de que su memoria se ha vuelto una página en blanco, de que no recuerda más que esbozos grises de su historia.
No comprende nada, pero en un último intento, avanza diez pasos y se encuentra frente a una especie de tela, como una cortina que le bloquea el paso. Se seca las lágrimas y deja de llorar, decide salir de la prisión empujando la cortina. Cuan grande es su sorpresa al verse en una habitación, la habitación de Lucy.
Resulta que en todo este tiempo había estado perdida debajo de la cama, pero es entendible, con Lucy jamás se había atrevido a visitar al oscuro laberinto del Cuco antes. Sonríe ante la idea de contárselo después.
Se acerca a la puerta para salir, pero antes se topa con el espejo que cuelga de ella. Ahoga un gritito de horror: su vestidito rojo está gastado, como si durante años nadie se hubiera preocupado de él, el rostro pálido está sucio, enmarcado por una maraña de pelo nada que ver con las trencitas que junto a Lucy habían armado el día anterior… y le falta un ojo, cuya ausencia ha dejado un hueco frío y profundo que ahora se inunda en una lluvia de amargura.
Asustada gira en torno a sí, tratando de ubicar algo conocido, algo a lo cual aferrarse, pero no… eso es imposible. Pedazos de vidrio, mugre, y vacío es lo único que encuentra, y no comprende cómo no lo hubo visto antes. Se deja caer sobre el piso y con las manos se agarra de los cabellos con locura, el torbellino de imágenes que la asaltan de repente la marean, le provocan un horripilante dolor de cabeza… Negrura otra vez.
Abre el ojo y todo concuerda, ya comprende. Todas las imágenes mezcladas en su cabecita terminan para dar paso a una secuencia ordenada: un recuerdo.
¡NO, NO!
Se ve a sí misma jugando como todas las tardes junto a Lucy, a una fiesta de té parece. Lucy la toma en brazos y la acuna. Le encanta ver su infantil sonrisa de dientes chuecos.
Toda la felicidad acaba con el regreso de los demonios.
¡Callen, callen!
La niña la aprieta contra su pecho: tiene miedo. Le susurra algo en el oído, “escondámonos” y eso parece tan lejano ya.
Apresuradamente se esconden bajo de la cama, obviando por primera vez la aversión que sienten hacia el monstruo de las noches. La puerta se abre con estruendo y de ella entran los demonios.
¡Déjala! Grita ella.
¿¡Dónde está!? Vocifera él.
Tranquila, Sophie, pronto se irán. No llores. Le dice Lucy, cuando es ella quien llora.
¡Aquí estás! Exclama el demonio, tirando de las piernas de la niña que deja olvidada a su muñeca…
¡Déjala! Repite ella.
Oscuro, sólo oscuro, y gritos, gritos de dolor.
La muñeca despierta, se tapa los oídos: no quiere escuchar.
¡Callen, callen!
Lucy gime, las ásperas manos del hombre le provocan daño, forcejea para soltarse, pero el gigante es más fuerte… suena el golpe final. Lucy se calla.
¿¡Qué has hecho!? Se escucha decir a la madre.
Con esto aprenderás, aúlla el padre.
Luego el recuerdo acaba, el sueño ha vencido a la muñeca.
Ella se endereza con el rostro sombrío. Sabe que Lucy no regresará jamás, que esa sentencia se dictó cuando exhaló su último respiro, pero por si acaso, ella la esperará en el último lugar de su memoria, en el final de su infancia.
Así la lleva esperando sin darse cuenta del paso del tiempo. Los demonios no han vuelto y el silencio se ha hecho con la casa.
Una gota resbala silenciosa por su carita sucia y acaba como rocío en el piso mugriento.
Lucy, ¿volverás?
La felicidad es blanca, el blanco es pureza y la pureza perfección. Sin embargo, ¿en qué punto se le denomina pureza, y en cuál debilidad? Es sabido que lo bueno no dura, que es perecible, que se corrompe con dolorosa facilidad, lo cual nos deja un gusto a nada en la boca, a vacío.
¿Acaso no está en nuestras manos el poder cambiar, el poder alcanzar una plenitud, una felicidad duradera? Por supuesto que no, esa es la respuesta que la sociedad nos arroja implícitamente hoy en día, disfrazada con todas esas propagandas y frases bonitas y llenas de ilusiones que nos incitan a esperar más y más de un mundo que le da la espalda a los cientos, no, miles de ojos expectantes. Pero sólo es una máscara. El mundo nos ha obligado a aprender de una felicidad idílica, fantasiosa, totalmente distante de la felicidad auténtica. Nos muestra imágenes encantadoras que nos dejan insatisfechos con nuestra propia realidad, a la cual hemos llegado a despreciar hasta tal punto que realmente se terminó tornando agria. Es así como se están forjando las generaciones venideras, no sería de extrañar que en el futuro el mundo estuviera habitado por frustrados insatisfechos que jamás han conocido el gusto de vivir.
La felicidad (o pureza, para los que la comprenden) es asequible para todos, de hecho, ya existe en cada uno, en cada personaje de esta gran farsa que es la vida. Se encuentra en nuestro corazón, nuestra mente, nuestras manos, pies, dedos, uñas, intestinos… en todo nuestro ser. Nosotros forjamos nuestro destino, nosotros creamos la felicidad.
Si bien está al alcance de todos, no es relativamente fácil impregnarse de ella, no porque siempre haya sido así, sino porque los tiempos actuales nos lo han puesto complicado. Primero hay que comprender que somos capaces de poseerla, de saberla nuestra por derecho, pero luego hay que reconocerla, de separarla del placer, o por el contrario, nos hallaremos en el riesgo de caer en la vulgaridad, en una sinfín búsqueda de experiencias placenteras en cierta medida, pero pasajeras de igual forma. Entendido lo anterior, simplemente ya se ES feliz.
Los pasos explicados anteriormente, refieren sin duda a la felicidad, pero frágil como una burbuja. Si alguien simplemente aspira a esa clase de felicidad, con el tiempo pierde su estatus para pronto convertirse simplemente en alegrías (el plural es estrictamente necesario cuando lo que queremos es definir al conjunto de momentos felices). Dichas alegrías son sinónimos de debilidad, de la falta de valentía para sonreír y reconocer la felicidad en los momentos más grises de nuestra existencia -porque sí, está- y es a esta clase de felicidad a la que todos deberíamos aspirar.
Algunos -y no pocos- pueden declarar con toda razón que NO son felices (aunque la mayoría viva de alegrías), y esto es el mero resultado de las acciones de entidades poderosas que aún no reconocen su propia felicidad. Hablemos con ejemplos: el pobre que cada día ve más y más hueco su bolsillo, que alza los ojos y solo ve frente a sí al hijo enfermo que requiere de una costosa operación que él no puede pagar, que voltea y siente la triste mirada de una esposa que merecía una vida mejor, cuyo regazo siempre ha sido un templo sagrado de refugio, que guarda los reproches con amoroso silencio; no, él no es feliz, ¿y por qué? Porque no falta el hombre en algún punto de la orbe que se ha hecho con su fortuna ambicionando cada vez más, pues nada le sacia, y no entiende que no hay salida en buscar la felicidad en efímeros placeres. No sabe buscar y decide comprarse un automóvil de última generación, que pronto desechará al no haberle proporcionado lo que en realidad deseaba. Este mismo hombre quizá hubiera encontrado mayor satisfacción ayudando quizás al pobre, en lugar de gastar en el auto, al menos así saldría de los nimios placeres, y quizá sólo quizá, algún día se daría cuenta de que la felicidad no se busca, ya se tiene.
La felicidad es hermosa cuando se vive, y con esto no planeo decir que yo ya formo parte de ella, por el contrario, considero que aún me falta mucho por conocer(me) para lograrlo, es por eso que he decidido escribir esta reflexión, intentando así salir de la “etapa de alegrías” y consolidar una confianza inquebrantable, para siempre tener alzado el corazón con completa certeza de que el sol resplandece incluso en un día nublado.


Demien abrió los ojos con mesura, inhaló la deliciosa fragancia que desprendían las flores al ser mecidas por la brisa, y alzó el pincel para volver a refregarlo sobre el níveo lienzo.
El sol le observaba impasible… no… Demien observaba cómo el sol le miraba desde la lejanía, pues era que como artista él veía y hacía cosas que nadie más podía.
Una mariposa pasó revoloteando junto a su mejilla, en el momento justo para que él pudiera captar la sensación y plasmarla en su nueva obra. Su nueva obra, su nueva creación, pero sin embargo él ya sabía que conseguiría el mismo efecto en sus espectadores, siempre lo lograba.
Está seguro de que cerrarán los ojos para disfrutar de la sensación de frescura que los embargará, que inhalarán pues sentirán el delicioso aroma de naturaleza pura, creerán que cálidos rayos de sol lamen plácidamente sus pieles, e incluso alzarán sus dedos en busca de la traviesa mariposa que les aletea alrededor; pero la magia se acabará cuando, al abrir los ojos se vean frente a un lienzo de colores en lugar de campo abierto, no obstante, Demien sabe que se negarán a abandonarse a la verdad, y alzarán sus manos para comprobar que efectivamente se hallan en una exposición de arte.
Pronto la mano de Demien dejó de trazar sobre la tela, y su rostro se fijó en lo alto. Con una mano atrapó un pequeño trozo de cielo y suavemente lo depositó en su paleta para reemplazar el color azul que se le había agotado; con la otra mano, tomó a un perdido céfiro e hizo lo propio para reponer la brisa que también se le hubo acabado. Comprobó que nada más le faltara en su paleta, desde el aroma de las flores hasta los cálidos rayos de sol, y reanudó la tarea de acabar con la pintura.
Sus labios se curvaron en una inquietante sonrisa, la mariposa se le había escapado.


¿Qué se oculta al final del arco iris? Risas, lágrimas, u oro… quizá.

Existe un mito que ha recorrido el mundo de boca en boca, un mito fantasioso que ha despertado la codicia de los supersticiosos y ha provocado la burla de los escépticos; un mito que promete riqueza para quien cruce el umbral de color.

¿Los duendes existen? Se dice que un duende es el que te esperará cuando llegues al final del arco iris, y que él mismo; el pequeño duende vestido de overol, te hará entrega de su preciado tesoro: La olla de oro.

¿Alguna vez te has detenido a pensar cuán verdadera es esta historia? Seguramente responderás que sí; pero te aseguro que no te imaginas la verdadera índole del cuento, porque las cosas no siempre son lo que aparentan, y nosotras las personas debemos aprenderlo de las peores maneras.

Yo una vez fui alguien como tú, un creyente, cazador de verdades e incansable descubridor de mentiras; ahora veme, un cautivo privado de lo que más anhela: su libertad. Descuida, no te apiades de mi dolorosa existencia, pues mi condena pronto llegará a su fin, para dar inicio a la tuya. Puedo ver la incomprensión asomando por tus bellos ojos, y es que esto no es lo que esperabas; has encontrado la olla de oro, pero has dejado tu libertad en el trayecto. Sé que has sacrificado mucho por este momento de riqueza, has llorado, te han herido y por sobretodo, abandonaste todo cuanto amabas ¿y para qué? Por seguir a una quimera; sin embargo continuaste inquebrantable y te guiaste por los trazos de color, llegaste al final del arco iris y me encontraste, al hombre olvidado y tu verdugo.

Es el momento y tus lágrimas caen sobre el verde pasto cuan rocío matutino. Sé que en el fondo no estarás sola, pues yo no te abandonaré, no como mi antecesor lo hizo; sé que cuando las cadenas abandonen mis muñecas para apresar las tuyas, te dolerá lacerantemente y yo estaré allí sosteniendo tus manos, rogando por que todo acabe. Así que tranquila, levanta tus brazos y deja de llorar, limpia esas gotas que apuñalan mi corazón y sonríe, pues en esta eternidad amarga a la que te arrojas ahora, no estarás sola, no pasarás por lo que yo sufrí. Juntos aguardaremos al próximo incauto que busque la olla y juntos te liberaremos de este suplicio, porque tu mirada ha conmovido a este corazón congelado y he decidido ser tu compañero, fiel hasta el final.

Sí, esta es la verdad que se oculta al final del arco iris: las lágrimas del que está por iniciarse, las risas del guardián liberado y el oro, el oro que se te es entregado a cambio de tu libertad.



Bueno, como algunos ya saben, hace poco fui sometida a un calvario personal, y ¿crees que estoy exagerando? Pues sí, la verdad es que estoy exagerando jajaja xD sacarse las muelas del juicio no fue una experiencia que me gustaría repetir, especialmente porque la segunda sesión (de la cual aún no me recupero) la anestesia no me adormeció completamente el lado superior izquierdo, y sentía dolor cuando el tipo taladraba mi huesito, pero fue más duro cuando el dentista ese me puso los puntos, la encía me dolía más que pestaña en el ojo y bueno, mientras el de la bata blanca y guantes de goma trabajaba, en mi mente se comenzaba a formar la idea reflejo de si golpearlo o no (ah sí, otro dato, como me dolía, mis ojos comenzaron a lagrimear solos -tomenlo como llorar si quieren xD- pero como me habían puesto una tela verde esterilizada en la cara no se veía); sin embargo, en si la experiencia no fue del otro mundo, yo pensaba que sería algo de lo cual jamás me recuperaría sicológicamente, y ya me ven aquí escribiendo y metida en páginas que nunca me servirán en el futuro.
Se podría decir que hice esta entrada con el objetivo de alentar a los cobardes y gallinas que deben pasar por la misma situación, pero que su falta de valentía hace que tiriten, tartamudeen y se hagan pis (bueno estoy exagerando otra vez xD) nada mas pensarlo; por supuesto que yo también me incluyo en la categoría de cobardes y gallinas, con la única diferencia que lo mío es algo superado (ja-ja¬¬).
Ya, ya; otro dato importante para des-asustar a los cobardes como yo, es que el proceso no duele (a menos que tu dentista te ponga mal la anestesia) sólo molesta mantener la boca abierta tantas horas, yo la mantuve por 3, claro que eso depende del dentista he escuchado que normalmente se demoran 1 hora + 1/2 (sí, el mío es demorón -.-) así que no se preocupen, que el calvario comienza cuando la anestesia se va, pero un gran remedio para eso es: dormir horas y horas, ya que al despertar solo se siente la cara horriblemente hinchada.
En fin mis queridos saltamontes, tomen nota y aprendan de su sabia maestra: "si un tipo con bata blanca quiere sacarles dientes para venderlos como marfil en la india, no duden en utilizar su siempre util gas pimienta"