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Ceremonia de La Rosa
Parte I

Un espeso aroma de perfume dulzón hostigaba el aire de la Sala de la Belleza, en donde treinta jovencitas de edades similares pululaban como palomitas multicolores de aquí para allá luciendo sus más hermosos vestidos: los que guardaban para las ocasiones importantes.
Y es que ese día acababa de arribar a puerto el hijo de uno de los tres Señores del Triunvirato de las Tierras del Norte, mas no era secreto que la razón de su llegada a Laguna Verde no era otra que buscar esposa en el Casa para Señoritas D'Liah.
D'Liah funcionaba en teoría como cualquier otro orfanato para jóvenes: acogía en su alero a niñas huérfanas y se les asignaban un esposo cumplidos los dieciséis años, el cual debía pagar a los dueños la suma de dinero estándar que variaba dependiendo del orfanato; sin embargo, su modus operandi era distinto. En lugar de que los dueños de la Casa unieran bajo su criterio a la pareja, era el mismo solicitante quien podía escoger a su prometida en la llamada Ceremonia de la Rosa. Esta se realizaba cada vez que aparecía un pretendiente con el bolsillo lo suficientemente lleno como para costearse los altos precios de las Casas para Señoritas. Aquel costo era el reflejo de todos los años de enseñanza invertidos en el tema específico de cada Casa, puesto que desde los primeros años instruían a sus jovencitas en la materia. La Casa del Triunvirato de las Tierras del Sur preparaba a sus muchachas en danza y canto; las del Triunvirato del Este eran maravillas respecto a la cocina y las de la isla del Oeste eran famosas por manejar todo tipo de instrumentos musicales, mientras que la Casa para Señoritas D'Liah, el orfanato femenino de las Tierras del Norte, no se centralizaba en nada, sino que enseñaba a sus muchachas nociones básicas de diferentes materias.
En la Sala de la Belleza se podía sentir un bullicio estruendoso de voces y pasos apurados de féminas que buscaban frenéticamente algún accesorio que les combinara con el vestido para así lucir más hermosas; esto sucedía siempre en la media hora que precedía a cada Ceremonia de la Rosa, cuando las chicas defendían con uñas y dientes el derecho a verse más bellas. La alcoba se había convertido en un mar neblinoso de telas de colores infinitos y polvos cosméticos, lo cual le confería a la escena un aire surreal.
En medio de todo ese ruido y alboroto, parada en el centro de la estancia, se hallaba una mujer de piel morena y cabellos oscuros que observaba con ansia la puerta de acceso a la alcoba.
-¿Iris y Claire aún no aparecen?
-Me parece que no, Kendra. No las he visto hacía bastante rato- respondió una joven deteniendo su andar presuroso.
-Gracias señorita.
Kendra se dejó caer nerviosa sobre un asiento cercano, preguntándose sobre el incierto paradero de las dos muchachas.
§

-Oye... ¿Puedes ver algo?
-Claro que no. Es más, creo que tu pie está en mi cara...
Una fina capa de moho se expandía en la mayor parte de la pared de ladrillos rojos, lo que causaba que el agarre fuera extremadamente difícil para Iris, sin mencionar el hecho de que el estar sobre los hombros de Claire era tan seguro y firme como estar parado sobre una silla coja.
-A todo esto ¿Por qué debo ir yo abajo? No soy alta como tú...
Una riada de rancio aroma a suciedad marina llegó junto con la explosión de una ola sobre el casco del barco que se hallaba atado en el muelle. Esa mañana el pequeño y feo puerto se había visto poblado como nunca de ostentosos y enormes barcos que portaban en sus mástiles la bandera con el sello del Triunvirato del Norte: la flecha apuntando hacia arriba, tejida en filigrana dorada sobre una tela de franjas azules y blancas.
Uno de los barcos, el más grande y lujoso y el que portaba la bandera más vistosa, había sido el último en anclar. De él salieron veinte hombres armados con escudos y lanzas, seguidos de otros tantos de apariencia encopetada.
Tanto era el gentío que las muchachas no podían distinguir cuál de todos aquellos estirados personajes sería el supuesto joven Triunviro que iría dentro de poco a D'Liah.
-¿Iris? Ya estoy cansada.
-Aguanta un poco más... Creo que puedo verlo- respondió la chica concentrando su mirada en un hombre bajito y regordete de ojos altivos que ayudaba a bajar del navío a alguien que parecía ser un joven bien vestido.
Justo en el instante en que la cabeza del joven quedaba a la vista de Iris, se escuchó un débil quejido y los brazos de Claire perdieron total fuerza, logrando que ambas muchachas cayeran como rocas sobre el húmedo suelo.
-¡Maldición!- bramó Iris en voz baja.
-Lo siento. Yo...
-No es tu culpa- interrumpió a su amiga cortándola con un gesto de la mano-. Sólo espero que no nos hayan escuchado.
Con lentitud asomó la cabeza entre unas cajas mugrientas con olor a excremento de gaviota y escupitajos de marineros, al tiempo justo para observar cómo el hombre de mirada desagradable y unos cuantos soldados dirigían la vista hacia ella, pero sin llegar a verla gracias a la tapia semidestruída que se interponía entre ellos.
Cuando parecía que el sonido no había despertado su curiosidad, Iris y Claire escucharon de pronto unos pasos acercándose hacia ellas. Nerviosas contuvieron la respiración, y se arrimaron todo lo que pudieron entre las cajas y la pared, ignorando la húmeda y pegajosa textura de esta.
-Iris...-susurró Claire con los ojos brillantes y un temblor en la voz que delataba su miedo.
Iris le apretó la mano para infundirle ánimos e hizo un gesto para que no hiciera ningún ruido.
Los pasos sonaban ahora prácticamente sobre sus cabezas, por lo que las muchachas ya daban por sentado que no saldrían de allí sin ser vistas.
-Lakshat... mi querido Lakshat. No te preocupes por pequeñeces, que tan sólo debió ser una rata traviesa.
-No mi Señor. Me parece que...
-¡Ya deja tranquila a esa rata y vuelve que sino llegamos tarde!
Aunque el volumen de la voz del que supusieron era el joven Triunviro había sonado demasiado fuerte, Iris casi podía imaginarse su sonrisa al momento de decirlo.
-Como ordene mi Señor- por el timbre de la voz Iris pudo reconocer al hombre regordete de antes.
Y así de fácil los pasos se alejaron como vinieron, y ambas muchachas pudieron respirar tranquilas nuevamente.
-Iris, eso estuvo DEMASIADO cerca. No vuelvas a arrastrarme en tus aventuras otra vez.
-Parece simpático, ¿no crees?- preguntó Iris pensativa, ignorando por completo la queja de su compañera.
-¿Quién?- dijo Claire molesta por la poca importancia que Iris le daba al asunto.
-El Triunviro...
-Futuro Triunviro querrás decir- corrigió esta-. La verdad que no me interesa en absoluto si es simpático o no. No quiero que nos escojan...- continuó bajando los ojos hasta sus zapatos, que presentaban un desagradable aspecto marrón por un charco de agua sucia que había pisado hacía rato.
Iris observó a su amiga con ternura. Era verdad que desde siempre habían estado juntas, a lo que Claire se había mostrado especialmente dependiente de ella desde los primeros años, pero ambas debían aceptar que algún día serían elegidas y por lo tanto enviadas a cualquier punto de las Cuatro Tierras.
-Vamos... Mírate, estamos echa un asco. Así que realmente dudo que el Triunviro se interese por alguna de las dos- exclamó Iris levantando el rostro de Claire con su mano-. De cualquier modo, debemos darnos prisa, la Ceremonia empieza en cuarenta minutos.
Previniendo un nuevo ataque de quejas por parte de Claire, Iris echó a correr entre risitas juguetonas y saltitos en dirección a D'Liah.

§

Las treinta chicas ya estaban listas para salir, formadas en una fila ordenada por edad de mayor a menor; todas completamente ansiosas revisando de reojo su figura en los espejos.
Kendra se pasó la mano por la cara, nerviosa. Faltaban treinta minutos y a Margareth D'Liah -esposa del difunto señor D'Liah, dueño de la Casa- no le haría ninguna gracia la repentina desaparición de Iris y Claire. Como si el destino quisiera gastarle una mala broma, Margareth entró de pronto en la alcoba con sus pasos aireados y su pomposo vestido para la ocasión.
-Kendra- llamó Margareth con un deje de preocupación en la voz- ¿dónde se encuentran Iris y Claire?
Lo mismo me pregunto yo, mi señora pensó la aludida, mas no lo dijo.
-Pues verá... Ellas se encuentran en... Las vi...- realmente no sabía que decir. Para suerte suya, Margareth se encontraba a espaldas de la puerta de ingreso a la Sala de la Belleza, porque justamente en ese instante entraron las dos tan buscadas chicas. Y vaya qué aspecto traían... El cabello les colgaba totalmente enmarañado y asqueroso, además las ropas estaban empapadas y presentaban un color enturbiado por la suciedad. Iris le hizo un gesto con las manos suplicándole que no las delatara, al tiempo que ambas se metían detrás de una cómoda.
-Eh... Fueron al baño, mi señora. Pero no se preocupe, no tardarán en volver ¿Desea que les entregue algún mensaje?
-Bueno, no. Sólo que estén listas a tiempo- tras decir esto, la mujer abandonó la habitación, sin siquiera percatarse de la llegada de las dos inmundas fugitivas.
Iris fue la primera en salir del escondrijo, seguida de cerca por la tímida Claire que parecía verdaderamente arrepentida.
-¡¿Dónde diablos estuvieron metidas?! Esta es la última vez que las encubro, muchachas- espetó Kendra de mala gana.
-Fuimos al puerto porque queríamos observar cómo desembarcaba el Triunviro- respondió Iris fingiendo una voz inocente y una mirada angelical que contrastaba con su aspecto maloliente.
-¿Y no podían esperarse hasta la Ceremonia?- continuó Kendra frunciendo el ceño y dirigiéndoles una severa mirada a ambas-. En fin no hay tiempo, vayan a meterse que aún hay una tinaja con agua. Luego vengan ¡No sé como me las arreglaré para dejarlas presentables!
Antes de salir trotando, Iris le dio un beso en la mejilla a Kendra que hizo un ademán de querer alejarse. A pesar de su personalidad madura, Kendra era tan sólo un poco mayor que Iris y Claire, pero había pasado toda una vida trabajando como criada, por lo que estaba demasiado acostumbrada a que todo tuviera que salir bien, lo cual era difícil con la impulsiva personalidad de Iris.
Sonrió mientras observaba a las dos jóvenes doblar por el pasillo que llevaba a la sección de tinas de la Sala de la Belleza, y luego instó a las demás treinta muchachas a quedarse tranquilas pues se habían alborotado divertidas observando otra travesura de las dos compañeras.

§

La sección de tinajas olía a sales minerales, aceites y perfumes para baño; también había demasiado vapor en el aire que salía de las grandes tinas de madera que ahora se encontraban vacías, a excepción de una. Rápidamente las dos amigas se desvistieron, dejando los inutilizables vestidos en el suelo, y se zambulleron en la tinaja, sintiendo con placer cómo la suciedad abandonaba sus cuerpos para dejarlas bonitas otra vez.
Cuando hubieron lavado su cabello, salieron del agua y envolvieron sus cuerpos en una toalla, percatándose del aroma a flores que se desprendía de ellas ahora. Juntas se dirigieron a la sección de vestuario, en donde Kendra las esperaba con un par de vestidos en cada mano.
-Como no hay tiempo, se pondrán lo que yo elegí... sin chistar- agregó mirando a Iris.
-De todas formas no pensaba hacerlo- respondió esta encogiéndose de hombros.
-Bien... Porque te hubiera golpeado, ahora vístanse- dijo la mujer de cabellos oscuros a la par que le extendía un vestido verde hoja a Iris y uno color miel a Claire-. No hay nada que hacer con sus cabellos... Tan sólo ruego porque dejen de gotear cuando llegue su turno.
En realidad había tiempo suficiente para que se les secara el cabello, pues además de los veinte minutos que quedaban para que comenzara la Ceremonia de la Rosa, se les debía agregar el tiempo de las treinta chicas que debían pasar antes de ellas, ya que Iris y Claire eran las menores y aquel era su primer año participando en la Ceremonia, por lo tanto sus lugares respectivos en la fila eran los últimos.
Kendra peinó primero a Claire, a petición de Iris, haciéndole un complicado trenzado que recogió con alfileres que terminaban en brillantes flores de color celeste; mientras que a Iris le hizo un tomate semirrecogido con mechones que caían sobre sus hombros en forma de cascada, coronando el peinado con un pinche vistoso de una rosa azul.
Con la ayuda de otra criada, aplicaron delineador de ojos, polvos y pintalabios a las dos chicas, mas no había demasiado tiempo para maquillarlas lo suficiente como a las demás jóvenes, por lo que el aspecto con el que terminaron era más bien natural y elegante.
-Claire estás hermosa- felicitó Iris, provocando que su amiga se azorara-. Vaya Kendra, dijiste que no había tiempo, pero elegiste los vestidos en función de mis ojos y del cabello de Claire.
-El que no haya tiempo no significa que deba hacer mal las cosas- respondió la aludida con indiferencia.
En un espejo de cuerpo entero Iris se fijó en su aspecto. Ahora que toda la mugre había desaparecido era capaz de atisbar la pálida piel que Kendra no había alcanzado a colorear, los ojos del mismo color que el vestido, y su cabello peinado parecía una larga cascada de tirabuzones rojos. El vestido de Claire hacía resaltar aún más su bonita melena rubia y sus ojos pardos, haciéndola lucir resplandeciente, como una pequeña gota de oro puro.
-Dime, Kendra ¿Hubiera sido demasiado osado usar un vestido negro?
Con pasos rápidos se dirigieron a la entrada del Salón de la Rosa, tratando de no pisarse la falda del vestido con esos complicados zapatos de tacón alto.
La puerta del Salón era inmensa, toda rodeada de rosas azules formando una especie de arco. Cada año tocaba un color diferente, y aquel año había sido el azul, por lo que la decoración era mayoritariamente de rosas de ese color.
Empujaron las puertas que se abrieron en silencio, tras ellas pudieron ver el largo telón que tapaba el área en donde se encontraban las tres chicas que aún no pasaban. Sin hacer ruido se colocaron en posición a esperar tranquilas su turno.
-Estoy nerviosa Iris- dijo Claire jugueteando con el anillo que rodeaba uno de sus finos dedos.
-¿De qué? Si nos eligen no será para nada malo. Es un Triunviro y parece ser bastante agradable, nada que ver con los de las Tierras del Sur- en realidad ella estaba igualmente ansiosa, pero le restó importancia para no asustar más a su amiga.
-¿Cómo puedes saberlo? Sólo lo escuchaste hablar una vez...
-Y por eso, porque le escuché hablar, puedo asegurarte que es una buena persona- prosiguió dirigiéndole una resplandeciente sonrisa que pareció aplacar los nervios de la rubia.
La última muchacha antes de Claire acababa de salir del telón para dirigirse al centro de la alcoba. Justo en ese instante la señora D'Liah se les acercó por detrás.
-Claire ¿Estás lista?- preguntó tomando la mano de la chica.
-S...sí- sin embargo, un leve tartamudeó contradijo su respuesta.
La señora D'Liah siempre se mostraba atenta con la joven rubia, bastante diferente a como era con las demás jóvenes de la Casa, aunque a nadie le sorprendía, pues Claire era la hija verdadera de Margareth, a pesar de poseer un carácter retraído y suave que difería con la petulante actitud de su madre.
Había llegado el turno de Claire. Iris la acompañó hasta el límite del telón infundiéndole ánimos y luego le soltó para que se dirigiera al centro. Se ubicó en una parte escondida para poder espiar sin ser vista, y observó cómo Claire caminaba parsimoniosamente hacia el joven Triunviro.
Todas las Ceremonias de la Rosa eran iguales, el pretendiente se ubicaba en una silla tan ostentosa que parecía ser un trono en el medio del Salón, y una a una las jóvenes salían de detrás del telón y avanzaban hacia él para saludarle extendiéndole una mano. Luego las chicas debían ubicarse a los costados formando una especie de camino por el que transitaban las demás que vivían su turno. Al final, cuando la última muchacha desfilaba, el hombre recorría el sendero conformado por mujeres y anunciaba su elección arrodillándose frente a la joven y colocándole en la muñeca una pulsera con una rosa del color respectivo al año.
Iris conocía cada etapa de la Ceremonia de memoria, pues desde pequeña la habían instruido sobre el tema mas este era el primer año en que realmente ponía en práctica sus conocimientos.
-Iris es tu turno- susurró Kendra mientras la cogía por el brazo.
Al cruzar el telón, una avalancha de luz la golpeó de lleno en el rostro. El Salón de la Rosa era un cuarto demasiado grande con enormes ventanales, y se hallaba finamente decorado por rosas de todos los tamaños y diferentes tonalidades de azul que desprendían una suave fragancia floral.
El joven Triunviro estaba sentado en el trono de la Ceremonia, y a Iris le hizo gracia la expresión de su rostro pues se le notaba incómodo luego de casi una hora sentado en una silla que en realidad era hermosa, pero dura como roca al estar echa de mármol.
Avanzó por el sendero flanqueado por sus demás compañeras, y al pasar frente a Claire sintió que esta le apretaba el brazo en señal de ánimo.
Cuando prácticamente estaba frente al joven Triunviro, Iris se fijó en el hombre que se encontraba a su derecha: era el mismo cuya mirada le había desagradado en el puerto; además tras el trono habían diez guardias armados listos para atacar si surgía alguna clase de conflicto, lo que la intimidó un poco.
Finalmente clavó su mirada en la persona frente suya, casi olvidándose de la Ceremonia. Este alargó sus dedos hacia ella e Iris le aceptó sintiendo el contacto cálido de sus labios sobre la propia piel de su mano.
El joven Triunviro tenía unos ojos azules que chispeaban alegría, como los de un niño emocionado, y un cabello rubio ceniza delicadamente peinado enmarcaba su rostro delgado. A Iris le pareció bastante atractivo, y pensó que, bajo otras circunstancias, podrían haber llegado a ser amigos.
Luego desfiló hacia uno de los costados, parándose frente a Claire.
-¡Realmente es una difícil decisión teniendo en cuenta que todas son hermosas!- exclamó el joven Triunviro colocándose de pie y provocando risitas nerviosas-, pero hoy he venido aquí a escoger a una de las treinta y dos- continuó avanzando por entre las chicas.
Iris observó desde su posición al hombre acercándose. Hubo un momento en que terminó de recorrer el costado derecho -ella estaba en el izquierdo- y se paró frente a una de las muchachas, que resultó ser nada más ni menos que la pequeña Claire.
-Tu me pareces demasiado adorable- dijo en voz baja tocando el mentón de la chica y haciendo que sus mejillas se encendieran, sin embargo, contra todo pronóstico la soltó y comenzó a recorrer el flanco izquierdo.
Cuán grande fue su sorpresa al ver que el Triunviro se detenía nuevamente, ¡Pero esta vez frente a ella!
-Y tú me pareces ciertamente interesante. Por cierto, mi nombre es Caleb- se presentó anclando una rodilla en el suelo y deslizando la rosa por la muñeca de Iris.
Exclamaciones de sorpresa y risitas por la desencajada expresión de la pelirroja llenaron el Salón. Claire observó alarmada a su amiga que se había quedado como petrificada ante lo ocurrido.
Era verdad que le había hecho ver a Claire que el asunto no le interesaba, pero eso estaba lejos de ser cierto. Jamás se le hubiera pasado por la cabeza que ella podría salir elegida, por lo que no le había dado muchas vueltas al asunto, sin embargo ahora era diferente. En ese instante se dio cuenta de que no le importaba si Caleb era o no simpático: le odiaba por haberla escogido.
La inexistente respuesta por parte de Iris fue tomada como muda emoción a perspectiva de Caleb, lo que sirvió únicamente para animarlo aún más. Se levantó del suelo y elevó una de las manos de la chica -la de la rosa- carcajeándose de alegría, lo que provocó una lluvia de aplausos y vítores entre los presentes.

§

Y MUY PRONTO... EL PRIMER CAPÍTULO DE
"NO TODOS LOS ÁNGELES VUELAN" :DDDD

Me emociona poder decir eso xD siento que esta vez terminaré algo jajaja

Bueno, hoy es Navidad, lindas fechas eh? Realmente me emocionaba cuando empezaba el mes de diciembre... y no negaré que un 90% de esa emoción eran los regalos y el otro 10% que el año escolar tocaba fin jajaja
Como muchos saben este año ha sido diferente para mí porque no me encuentro en mi casita, ni en mi país, ni siquiera con mis parientes cercanos, eso me hizo darme cuenta de que esta festividad no sólo la disfrutaba por tener que rasgar papeles o amanecerme, pues aquí también recibí regalos,sino que falta un factor súper importante para poder difrutar al 100%: Mi familia.
Extraño exasperarme cada vez que mis hermanos preguntaban que cuánto faltaba para las doce, o ponerme a mirar tele ociosa con mi papá y decir de repente "Oh! ya son las docee!"
Falta la calidez que se siente en mi casita este día, cuando todos estamos como hipnotizados mirando brillar las luces y escuchando las melodías navideñas... (me gustaría también poder decir que me hace falta ese aroma a galletitas recién horneadas, pero en mi casa no hacen galletas en Navidad jajaja) En fin, supongo que cuando vuelva, tendrán que hacerme una Navidad personal jajaja
Uff, bueno, Les deseo unas felices fiestas a toodos! Disfruten con sus familias en este día tan especial: Abracen a sus papis y denles un sonoro besito en la mejilla al despertar en la mañana, jueguen con sus hermanitos y haganles cosquillas en la tripita, y toquenle la puerta a sus hermanos mayores y pasen un rato con ellos. Hagan que esta Navidad sea un día de paz y amor por todos lados :D
Bueno, aquí cuelgo el prólogo de una historia que abandoné hacía tiempo y que dije en su momento continuaría... en fin... aquí está -Se aceptan críticas-
Prólogo

Mis pulmones… no puedo… respirar

La intensidad del fuego sólo era equiparable a la de la luna, cuyo esplendor competía con las crecientes llamas anaranjadas. El cielo era un surco negro y profundo, manchado por estelas de grisáceas y espesas nubes de humo.
El paisaje, que ya de por sí era tétrico, presentaba ahora una atmósfera que presagiaba muerte y destrucción. Las llamas se extendían rápidamente hacia los alrededores, alimentándose de la hierba que alfombraba la tierra, y trepando hacia los árboles que atestiguaban la escena.
Unos gritos resonaron por todo el bosque, eran gritos que suplicaban piedad a oídos sordos, eran los gritos de una mujer despechada… eran los gritos de un alma agonizante.
Elizabeth sabía que sus súplicas de nada servirían, pues el final ya estaba cerca. Las tres estocadas en el estómago habían provocado una seria hemorragia que había transformado su vestido de blanco a escarlata; por no hablar de las llamas que pronto devorarían su cuerpo… Con unas últimas fuerzas levantó sus manos para desatar la venda que ennegrecía su vista, era la primera vez en quince años que se le permitía observar libremente al mundo, paradójicamente su vida terminaba en ese instante.
El hombre encapuchado que la observaba sonrió maliciosamente, aspirando con placidez el olor a sangre, como si del más delicioso aroma se tratara. Elizabeth observó por vez primera el rostro del individuo a la cual ella había entregado su corazón, pero sus ojos ya no reflejaban amor, sino que su mirada solo era capaz de destilar odio hacia tan vil persona.
Por un instante el hombre sintió pavor ante la mirada de la joven, pero al notar que nada pasaba, que nada lo castigaba por su crimen, su sonrisa se ensanchó… el ritual estaba funcionando. Extasiado por un insólito sentimiento, adelantó tres pasos hacia el fuego: nada sucedía. Sus risas se elevaron hacia el cielo como el negro humo ascendía hacia la luna, ya no sentía miedo, ya nada podría detenerlo.
Se internó completamente en las llamas, casi sin sentir las que quemaban su capa. El cuerpo de Elizabeth yacía ahora inmóvil, su respiración era casi imperceptible… sin embargo aún estaba viva, de hecho, de uno de sus ojos corría una solitaria lágrima que se evaporó antes de alcanzar el suelo. El hombre se detuvo frente al cuerpo, y pareció dudar unos instantes. Su mano se alzó y como un proyectil aterrizó en la herida abierta del vientre de la joven. Esta emitió un chillido agónico junto a un espasmo de dolor.
El verdugo mostró los dientes y hundió aún más su brazo en las entrañas de la muchacha. Al sacar la mano ésta chorreaba del escarlata fluido, y con sus dedos comenzó a trazar un círculo alrededor del cuerpo de Elizabeth; en torno a este apareció una luz amarilla que extinguió por completo el fuego de alrededor y que no duró más de treinta segundos. La oscuridad y el silencio se habían hecho nuevamente con el bosque.
-Buenas noches mi amor…- murmuró el hombre a la par que estampaba un beso en la frente de la joven y se alejaba tronando una inhumana risotada.
Elizabeth le observó marchar, sintiéndose con cada paso todavía más traicionada; pero ya no importaba. El dolor se había desvanecido y una sensación de frío se había apoderado de su cuerpo, lo que contrastaba con la visión de sus propias entrañas emergiendo hacia el exterior. Cerró los ojos una vez más, pensando en lo hermoso que era el mundo realmente y lo mucho que le gustaría que su alma se volviera una con el alma de la Tierra.
Lejos, cien aves emprendieron vuelo, llorando con cada aletear la innecesaria muerte de otro inocente.